Durante el otoño de 1981 yo pasé un par de semanas en México, D.F. con el mejor y más divertido 'cicerone' que pude soñar jamás: el director de cine Jaime Casillas (1936-2008), un personaje de inteligencia locuaz y cordialidad apasionada y divertida. Creo ... que me referí a él en otra ocasión con motivo de las visitas al bar librería 'El Parnaso' de Coyoacán. Hoy me viene a la memoria su figura por una anécdota que ilustra claramente la cuestión de la que quiero hablar. En bastantes de los desplazamientos por la capital mexicana y alrededores era Jaime quien conducía su propio coche. Pero aquellos días viajamos también con otro mexicano, Carlos, que hacía las veces de conductor. Después de una intensa jornada en la que desayunamos y comimos todos juntos, por la tarde noche nos dirigíamos al hotel en el que me alojaba. Carlos aceptaba sin inmutarse los 'Ducados' –que eran los cigarrillos que yo llevaba de España– hasta el extremo de que Jaime Casillas, mosqueado y en parte avergonzado porque el conductor nunca ofrecía tabaco ni le habíamos visto fumar otro que no fuera el mío, le pregunta:
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–Carlos, ¿usted qué fuma?
–Marlboro, –responde él.
–¿Y cómo fuma este, que es como un insecticida? –insiste Jaime.
–Pues que me gustó…
Compartir ha sido siempre un verbo de prestigio. Acaso porque compartir es sinónimo de generosidad y figura grabado en el ADN de aquellos antepasados remotos que sobrevivieron –uniendo esfuerzos– en la noche de los tiempos. Desde una perspectiva más prosaica, sin embargo, hay quien se niega a conjugar el verbo compartir en la primera persona del singular del presente de indicativo. Son esos a los que popularmente tachamos de tacaños. «'Doy tabaco a todos los que veo' y cerraba los ojos», era la forma humorística de caricaturizar a tales especímenes cuando el hábito del tabaco tenía un componente social similar al de tomar cañas con los amigos e invitar a la ronda que te toque. No ir de gorrón, no beber de gañote.
Más allá de las bondades o defectos de algunos productos a 'compartir', a mí lo que me resulta inquietante ahora (en plena apoteosis de los nacionalismos) es la falta de compromiso, el egoísmo radical que se percibe actualmente en España. Ese ir cada uno a las suyas, dando por hecho que a mí únicamente me corresponde aprovechar lo que ofrezcan otros, pero guardando a buen recaudo lo mío para mí. «Pues que me gustó», sin más, que diría el tal Carlos. Me preocupa la tacañería –económica y espiritual– de quienes se sienten cómodos con su 'política de campanario' (grande o chico, de extrema izquierda o de extrema derecha), ignorando a la vez que en este barco navegamos todos. La generosidad aquí, siguiendo con la anécdota de los cigarrillos, consiste en compartir con desinterés nuestro propio tabaco, no que el conjunto de los españoles fume forzosamente los de una marca.
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