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Las habituales dos almas del PSOE, la más liberal y la más socialdemócrata, están conviviendo en la legislatura con cierta facilidad y sin roces notorios. Pedro Sánchez, tan legitimado de origen por la militancia, es un líder sólido, y si todavía persiste alguna inocua oposición ... interna en el terreno autonómico, parece evidente que los ministros socialistas forman una piña, sin tiempo ni ganas de generar diferendos que les despisten de los cometidos concretos que han de resolver, y que generan una actividad sin precedentes: la lucha contra la pandemia, que ha producido una tragedia sanitaria y ha desatentado los equilibrios sociales, habrá de ir seguida de un proceso de reconstrucción económica que requiere toda la atención del equipo ministerial.
Sin embargo, el gobierno de coalición sí incide sobre la fractura tradicional y la pone de manifiesto: la formación de Pablo Iglesias actúa en el Ejecutivo como la izquierda de la izquierda, tratando de desempeñar frente a Nadia Calviño el papel que, por ejemplo, representó Alfonso Guerra frente a Miguel Boyer (1982-1985) y a Carlos Solchaga (1985-1993) hasta que dejó el Ejecutivo en enero de 1991. La historia se repite.
El parangón es bastante realista porque en ambos casos la referencia europea fue/es determinante. El principal objetivo de González al llegar al poder en 1982 fue incorporar a nuestro país al Mercado Común e instalarlo definitivamente en el lugar que le correspondía de la comunidad internacional. Ello requería conseguir la necesaria competitividad de nuestro aparato productivo y disponer la apertura económica de nuestro país, y Boyer fue el 'liberal' encargado de aquellos menesteres. Comenzó una gran reestructuración industrial en los sectores energético, siderúrgico y naval, entre otros, y se adoptaron medidas de intensa liberalización -de horarios comerciales, entre otros- y de desregulación económica -en los alquileres, por ejemplo, que se indexaron con la inflación y no se prorrogaron automáticamente como hasta entonces-.
Todo aquello no complació en absoluto al vicepresidente Alfonso Guerra, aunque Boyer sí tuvo el apoyo de González; pese a ello, Boyer se marchó del Ejecutivo desdeñosamente en 1985, después de la huelga general del 20 de junio de aquel año por la reforma de las pensiones. El sucesor de Boyer en Economía fue Carlos Solchaga, considerado también perteneciente al ala liberal del PSOE (la beautiful people), denostada por la izquierda socialista. Con Solchaga se consumó el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea en 1986 y se mantuvo a partir de entonces en el marco de juego comunitario, con las lógicas oscilaciones a cada alternancia pero sin grandes saltos en el vacío. Así por ejemplo, Solbes, el último ministro de Economía de González, cedió el cargo a Rato en 1996 cuando ganó Aznar las elecciones, y Rato le devolvió a Solbes la cartera en 2004 cuando Zapatero desplazó a Aznar. El continuismo económico fue notorio, pese a las inclinaciones lógicamente más liberales del PP.
Hoy, aquella dicotomía entre el 'guerrismo', que se arrogó la representación del radicalismo socialista frente a los socialdemócratas de Boyer y de Solchaga, es aproximadamente la misma que mantienen los ministros de Podemos, con Iglesias al frente, y Nadia Calviño como vicepresidenta económica.
Calviño no es neoliberal; proviene de una familia de honda tradición progresista y ella misma ha mantenido una sensibilidad social a toda prueba en todo su ejercicio profesional. Lo que sucede es que Calviño ha sido alta funcionaria en Bruselas -era directora general de Presupuestos cuando la llamó Pedro Sánchez para ofrecerle entrar en el Gobierno-, conoce perfectamente las reglas de juego comunitarias y se niega, como es natural a cualquier concesión populista.
El prestigio de Calviño, que pertenece a la elite política comunitaria y alcanzará en el futuro alguno de los más altos cargos de responsabilidad multilateral, le permite además hablar con franqueza de los problemas y no ceder ante requerimientos inaceptables de sus socios de coalición. Es muy natural que UP y su líder Iglesias quieran diferenciarse del PSOE y mantener su espacio particular pero se equivocarían si en lugar de combatir a sus enemigos políticos naturales, pretendieran abrir alguna brecha en un gobierno encabezado por Sánchez que tiene la fortuna de disponer de Nadia Calviño a modo de cordón umbilical con la musculatura sanguínea de la UE.
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