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El amor está en el aire. La culpa es de esta primavera que ya se atisba en el horizonte, que convierte la vida en una telenovela turca y provoca que los cuerpos se desbaraten, y se rebelen, y vayan por su cuenta, y pidan más ... calor y menos ropa, y tengan el impulso loco de dejar el abrigo en el perchero y tirarse a la calle a pecho casi descubierto. La pena es que, a estas alturas del año, las disonancias cognitivas entre la temperatura corporal y la ambiental solo conducen al resfriado. O al psicólogo.
Pero da igual: el mundo se derrumba y nosotros nos acaloramos. Se acalora Calamaro, echándose mano al tentáculo mientras canta «tengo un cohete en el pantalón» con C. Tangana, y se acalora Margarita Robles, que afirma en una entrevista concedida a El Mundo que si el Rey es guapísimo, Pedro Sánchez lo es más todavía. La ministra está entre un moreno y un rubio, hijos del pueblo de Madrid, y nosotros estamos gobernados por la guapura. Vivimos en la verbena de la Paloma, pero podría ser peor. Podríamos vivir en una ópera de Wagner.
En el otro lado también cuecen habas. O corazones de chocolate: Martínez-Almeida declara que cualquier hombre querría estar con una mujer como Isabel Díaz Ayuso. Otra cosa es que la presidenta de la Comunidad de Madrid quiera estar con cualquier hombre, que me da que no, que ella se basta y se sobra, que está encantada de conocerse y que es tan guapa y tan lista que no le hacen falta ni un príncipe ni un dentista, ni siquiera un tornero fresador. Pero llega la primavera, alergénica, inapelable e inasequible a nuestro desaliento, y hasta a la más pintada le entran ganas de jaleo. Porque estas tardes, cada vez más largas, siempre nos parecen la promesa de algo.
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