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«Los españoles se desconciertan oyendo músicas celestiales progresistas, viendo a los constitucionalistas rotos, a la izquierda irreconciliable y a muchos políticos pensando en sus poltronas»Es verdad que el capitalismo desarrolló la economía y la técnica del mundo contemporáneo. Pero cuando los partidos liberales moderado y progresista lo aplicaron en España en el siglo XIX generaron profundas carencias humanas y sociales. El marxismo nació justamente para señalar esos defectos, el ... PSOE, desde 1879, y la UGT, desde 1888, se encargaron de corregirlos.
Por el contrario, Fukuyama escribió en 1992 'El fin de la historia' para decir que todos los modelos sucumbieron dejando al liberal capitalista como único triunfador. Desaparecieron el feudalismo, el renacimiento, el barroco, el antiguo régimen y entró en crisis el socialismo real. Concluía que el liberalismo venció en la historia y que el neoliberalismo se ha fortalecido en la crisis.
Nuestra historia, sin embargo, dice que el Partido Progresista del siglo XIX se llamó así por aspirar al progreso económico, fue liberal radical y no llegó a ser demócrata. Legisló las desamortizaciones, el libre mercado y los primeros bancos. Practicó unas elecciones censitarias, rehuyó el reformismo social y no descubrió el Estado de bienestar. Se guió por la economía liberal, individualista y darwiniana, y su cultura capitalista, contraria a la igualdad, no consiguió formar una clase media. Hasta sus más radicales, Olózaga, Prim y Sagasta, practicaron el caciquismo, subordinaron las libertades al orden público, primaron la libertad religiosa, educativa y de mercado, y marginaron a las mujeres. Por estas razones el partido demócrata se escindió de ellos y luego el socialismo los rechazó. En Europa sí, pero en España no existió un gobierno progresista de izquierda que gobernara con servicios sociales ni practicara la redistribución fiscal de la riqueza.
Ese legado progresista lo recoge hoy el neoliberalismo que tiende a postergar lo humano en la economía, la política, la cultura y la sociedad. Impone un economicismo que dirige nuestras vidas, su competitividad y consumismo gobiernan el trabajo, la enseñanza, la empresa y la sociedad. Con gran simplismo productivo, reduce al hombre a mano de obra, capital humano y mercado de trabajo.
Usa la naturaleza como recurso económico y no la protege como nido humano. Convierte el combustible fósil en un básico recurso económico y fiscal que daña la salud y el medio ambiente. Diseña el urbanismo para coches, comercios y turistas, no para la convivencia de los ciudadanos; así se ha deshumanizado la ciudad y convertido en negocio la vivienda.
No pone la educación y la sanidad al servicio de la persona, sino que las maneja como arma política, electoral y productiva para formar trabajadores y profesionales. Por eso recomendamos a nuestros hijos elegir una carrera que tenga salidas profesionales y les haga hombres de provecho. La prensa y la información están atrapadas por las fuerzas financieras, controladas por los grandes poderes políticos y manipuladas por las 'fast news'.
La cultura funciona hoy como una industria donde el marketing y el patrocinio controlan la literatura, la música, los festivales, el deporte y la cocina. El ocio actual produce, alimenta y conserva bienes y servicios con criterios rentables, masivos, con lógica del mercado, ajenos a las tradiciones y valores propios. El deporte, más que actividad saludable, ha derivado en masivo escenario de negocio y competitividad. El fútbol mueve en España tanto dinero como la Seguridad Social y estimula más pasiones y movimientos sociales que la ciencia y el arte juntos. Así se ha degradado la cultura y convertido, al decir de Vargas Llosa, en rentable espectáculo.
El patriarcado es otro déficit de esta cultura liberal capitalista, porque lo progresista fue masculino, dio al hombre la gestión pública de la economía y la sociedad, y subordinó como privadas las ocupaciones femeninas de educadora, enfermera, asistenta, limpiadora o costurera.
Este ha sido el legado progresista que nos ha dejado la historia de España y es el que hoy nos predica el neoliberalismo abducido por el mito del progreso del libre mercado y la globalización. No parece que sea una tarea socialista en estos momentos aplicar un impreciso gobierno progresista para que España avance.
Los ciudadanos creen más necesario que los socialistas promuevan un pacto constitucionalista para afrontar la inestabilidad que atravesamos. La única solución de los conflictos que debilitan al Estado es evitar la estéril pelea de los partidos políticos, recomponer la igualdad de los españoles, explicar que la democracia es cumplir la constitución y las leyes, acatar las sentencias del poder judicial, comprender que el Estado de derecho es nuestra única garantía de la igualdad, sostener el Estado de bienestar y defender la unidad de Europa.
Indignan los políticos mediocres, incapaces de cumplir los resultados electorales en busca de nuevos comicios más favorables, obsesionados por aumentar el poder de sus partidos y su puesto personal. Muchos esperábamos que los liberales se aliaran a los socialistas en busca de estos objetivos básicos, que los socialistas no taparan los problemas con huecos eslóganes de izquierda y que buscaran pactos de concentración para resolver juntos la debilidad de los poderes del Estado. En esta situación, los españoles se desconciertan oyendo músicas celestiales progresistas, viendo a los constitucionalistas rotos, a la izquierda irreconciliable y a muchos políticos pensando en sus poltronas.
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