Estoy tan pendiente de la puñetera vacuna que se me había olvidado por completo la fiesta de Villalar, que está a la vuelta de la esquina. Hace muchos años que no piso el sacrosanto lugar, no almuerzo tortilla sentado en el suelo, soy incapaz de ... dormir en tienda de campaña, y el reúma me impide levantar el brazo y cerrar el puño para gritar con mascarilla «Castilla y León por su liberación»; entre otras razones porque no tengo muy claro de quién nos tenemos que librar.
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Lo de izar el remo no es baladí, porque si de aquí a entonces me inoculan es probable que duela y provoque fiebre, con lo que no estaré para mucha juerga. No obstante, para ser sincero confieso que el último año que estuve en el pueblo usaba pantalones campana, lucía barba y estaba convencido de que estos movimientos reivindicativos servían para mejorar el mundo. Pensándolo bien, reconozco que era medio bobo, que es más grave que bobo entero.
Así que lamento mi poco entusiasmo por el significado del 23 de abril, y no creo que sea muy relevante que el programa de actos esté todavía sin cerrar porque supongo que bastará con copiar el del año pasado para que la fiesta mantenga las tradiciones.
Hoy por hoy, el único programa que me preocupa es el de las vacunas. Ahora bien: si por la mañana de ese día estoy inoculado me subo a Villalar a celebrarlo aunque tenga febrícula, cefalea, visión borrosa y dolor articular. Lo juro.
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