Reconozco que soy un sinsorgo que acaba de caerse del caballo. Siempre que oigo hablar de economía en estos tiempos lo primero que pienso es que la salud debe ir por delante, y si hay que cerrar negocios, pues que se trinquen porque la prioridad ... es otra. Sin embargo, tan importante como no enfermar o salir vivo del coronavirus es tener asegurado el sustento diario: comida, vivienda, luz, agua y esas cosas cotidianas para la gran mayoría, pero vedadas a amplias capas de población. Que conste que no soy ajeno a las penurias de esas familias que viven bajo los puentes del Pisuerga, pero no hace falta caer tan bajo para encontrarse en una situación igual de desesperada. Si servidor hubiera abierto un poco más los ojos, habría caído en la cuenta de que hay miles de personas que, incluso residiendo en su casa de siempre, las pasan canutas para llegar a la cena de esta noche. Muchas de ellas engrosan esas colas del hambre que las administraciones y las ONG tratan de aliviar. Que en la España de hoy sea compatible tener trabajo y pasar hambre nos obliga a echar una mano, como hizo el jueves el Ayuntamiento destinando medio millón de euros para personas en situación de urgencia social. Esa debería ser nuestra prioridad: la de todos.
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