Leía con enorme apego 'El Principito' en los tiempos del colegio de los Padres Agustinos. Allí, entre capones de algunos curas, enfados de otros, varias misas y excursiones a la montaña, había tiempo para curtir la imaginación. Cuando se estudia en un colegio con sotanas ... blancas sobrevolando por los pasillos se aprende que la imaginación es un asunto capital. Y de aquellas, la lectura era un motor incuestionable para llevar la mente a otra dimensión. No lo niego, hay dimensiones en las que es mejor no vivir, o de la es bueno escapar a la mayor brevedad posible.
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Ciertamente si se repasa 'El Principito' se entiende la importancia de mirar al cielo, y a otros planetas. Hay más mundos que este en el que vivimos. Desconocidos, sí, pero por eso son sumamente interesantes. Hay mundos que no nos imaginamos, a los que jamás se podrá llegar, y otros que de repente aparecerán una mañana sobre el felpudo de la puerta. También hay elefantes, y serpientes, pero esa es otra cuestión que no viene al caso. Cuando a uno le dan un lápiz y un papel todo el planeta se puede reconstruir, o poner al revés.
En aquellos días de calima y sopor, sobrecargados por el duro adoctrinamiento de la época, solo 'El Principito' hacía más llevadera la carga. Aquel avión averiado en medio del desierto del Sahara, aquel personaje proveniente del asteroide B 612, y aquel interés por dibujar un cordero en el peor momento de la vida han formado parte de todos y cada uno de los colegiales.
Desde hace semanas veo a un buen número de leoneses mirando al cielo. Lo hacen como si Antoine de Saint-Exupéry les hubiera convertido en uno de sus personajes, como si les diera vida en medio de un borrador que quizá nunca termine siendo un libro. Tienen ese perfil a medio camino entre la inocencia y la desesperación, están con los ojos abiertos como si todo fuera posible y su cabeza no deja de evocar misiones imposibles.
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Es cierto, son un puñado de soñadores, deslumbrados por las estrellas, que se han lanzado a la loca aventura de conquistar el cielo. Como 'El Principito', pero en su versión más clásica, más nuestra. Con esa sinrazón de lo anhelado y desconocido, con el empeño del deseo en medio de la nada, con las ganas de soñar con la existencia de un mundo más allá del actual, este puñado de locos o soñadores se ha lanzado a la caza de una Agencia Espacial que le ayude a entender el 'más allá'.
Si el Principito les viera, tan ilusos, tan desesperados, tan empeñados en hacer real lo irreal, como si todo lo que está en un papel se pudiera extraer y convertir en algo material... Son tantos los 'pufos' que han llegado a este León, tantas las promesas y tantos los lamentos, que soñar con una Agencia Espacial, efectivamente, parece algo irreal y casi imposible. Demasiados capones en la cabeza como para poder soñar con tranquilidad.
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Pero, más allá de los imposibles, al norte de la comunidad se ha armado una de las mejores candidaturas para acoger esta agencia. Tan buena es que la Junta se ha puesto de perfil, argumentando equidades que no son tal, respaldando plagios que sonrojan, ignorando lo que el propio Boletín Oficial del Estado obligaba a cumplir, renunciando a dar un paso al frente y alimentando así esa sensación de que todo por aquí sigue avanzando a dos velocidades (a tres, si se quiere).
«Me pregunto si las estrellas se iluminan con el fin de que algún día, cada uno pueda encontrar la suya», decía el Principito.
Yo he decidido mirar al cielo y comenzar a buscar.
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