Aún perviven en mí los nervios que anticipaban mi Primera Comunión. El pellizco en la tripa, la emoción del instante, esa sensación de acariciar el momento, sin querer que acabara, por lo fugaz del acontecimiento. Dos años de preparación, la bien llamada Catequesis que no ... es otra cosa que aproximarse a las bases de la doctrina cristiana. La memoria me trae cada primavera al padre Cacho, quien dejó una huella imborrable en nuestras almas. Apuntaló a las personas que hoy somos, sembrando los valores que luego han crecido y que cada día florecen. De una forma natural y sencilla, nos introdujo en la etapa en la que se abre paso la preadolescencia.
Es un día para celebrar en familia, de algún que otro capricho, pero sin abandonar la vida sencilla sobre la que se asienta este ritual sacramental. Pero los tiempos han cambiado y, como casi todo en la vida, ha distorsionado la filosofía del evento. No hay más que echar un vistazo a la hoja de gastos que conlleva una Primera Comunión. Lo primero, el atuendo del protagonista. Niños vestidos de almirantes, niñas plagadas de encaje y organza, algunas incluso con velo. La estampa es idílica, pero admito que me desalienta esa superficialidad, aun a sabiendas de que es improbable que vuelvan a enfundarse el traje pasada la fecha de la Comunión.
El grueso del gasto se concentra en el banquete. En Castilla y León, el cubierto más económico se sitúa entre los 25 y los 30 euros, pero el dispendio puede alcanzar los 60 o 90 euros por comensal, dependiendo de si se elige cóctel de jardín o si simplemente se conforma la familia con un aperitivo y un entrante, además del plato fuerte y el postre. No hay Primera Comunión que se precie sin un Candy Bar, un bufet a prueba de estómagos con todo tipo de golosinas, monitores, hinchables, pinta caras, discomovida, karaoke e incluso cetrería. A todo esto hay que sumar los clásicos: el detallito para los invitados, los recordatorios y el álbum familiar. Hay de todo en la viña del Señor. Y, total, es una vez en la vida. Las familias desembolsan en esta comunidad autónoma entre 2.000 y 2.500 euros. «Se nos sigue yendo la pinza con las comuniones. Es como si tuviéramos complejo de nuevos ricos», apunta con buen criterio el juez Calatayud.
El derroche de generosidad, llegados a este punto, es igual de cuestionable cuando hablamos de comuniones laicas. Me da la risa, no lo puedo evitar. Primero fueron los bautizos civiles y ahora las comuniones laicas o las navidades paganas. No comprendo la intención de distorsionar el sentido religioso de la celebración, como tampoco entiendo el desembolso para festejar un acto tan sencillo como lo es el reafirmar la fe en una vida cristiana humilde y apartada de lujos innecesarios.
Este fin de semana concluyen muchas primeras comuniones que, en la mayoría de los casos, tristemente serán las últimas. Postureo en el que las familias se apresuran a reservar el mejor restaurante antes incluso de que sus hijos hayan memorizado los diez Mandamientos. Probad a ser más sencillos y más consecuentes, porque como dice el famoso eslogan: «Si tú lees, ellos leen», y la primera no tiene por qué ser la última.
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