Primer y último baño

El momento quedó grabado para la historia en un vídeo digno de APM que guarda con celo Conchita, compañera de aventuras infatigable –que espero siga siendo mi amiga el resto de mi vida–. Ella también se metió, con flotador incluido. Era el fin de los exámenes y los primeros novios; esa época en la que hacer concursos para ver quién era más imbécil salía gratis.

Lo recuerdo muy bien porque la anécdota duró todo el verano y parte del curso siguiente. «Ojito con esas locas, Manu, que se han bañao en el río. (…) Sí, tío, en el Pisuerga. Tú verás…».

Mi pobre padre me había mandado a Valladolid a fortalecer los cimientos de una vida pulcra, recta, cómoda y disciplinada. Y yo salí de allí con un máster en disparates, vino, carne y otros hedonismos propios de la sabiduría doméstica del lugar.

Jamás sabremos si la composición del agua tuvo algo que ver. Ya entonces se desaconsejaba el baño. El pucelano aguerrido, como el que oye llover. Ahora, parece ser que, de mantenerse una calidad insuficiente, la Junta se verá en la obligación de prohibirlo de forma permanente.

En general, la gente no parece estar preocupada por este dolor de barbas y los bañistas intrépidos se observan entre ellos disfrutando de su último baño. Total, al ritmo que vamos, lo de menos será salir a la orilla oliendo a Avecrem. Más raro será que en cinco años el Pisuerga tenga agua.