El presente
La carta del director ·
«Buena parte de la opinión pública está quedando manca y coja como contrapeso del poder y sigue mirando, sorda por los petardos de la actualidad, el dedo y no la luna. El presente.»La carta del director ·
«Buena parte de la opinión pública está quedando manca y coja como contrapeso del poder y sigue mirando, sorda por los petardos de la actualidad, el dedo y no la luna. El presente.»Rafa Vega, 'Sansón', que encabeza estas páginas con su viñeta dominical y acaba de inaugurar en la sala de exposiciones Las Francesas de Valladolid una exposición por el 25 aniversario desde que comenzara a publicar en nuestras páginas, se sumaba en el acto de ... presentación a un deseo que años atrás había expresado Andrés Rábago, 'El roto', en uno de sus dibujos para El País: «Absortos en la actualidad, olvidaban el presente», decía en él un hombre con gesto grave ante la pantalla de un ordenador. A Vega, como a Rábago, le interesa reflejar más el presente que la actualidad. Son cosas muy distintas porque el primero permanece y la segunda caduca. El pensamiento no es nuevo. En 1925, Joseph Roth ya lo argumentaba en un artículo del Frankfurter Zeitung titulado 'La irrupción de los periodistas en la posteridad' y que forma parte del libro 'La eternidad de un día' (Ed. Acantilado): «Un periodista puede ser, debe ser, un 'escritor del siglo'. La verdadera actualidad no se limita a veinticuatro horas; concierne a la época, no al día». A los periodistas y a los medios –y por tanto, a la opinión pública en general– nos cuesta cada día más acceder a una comprensión del presente, más allá de los avatares y urgencias propios de la actualidad. Roth aludía a un periodo de 24 horas como algo seguramente rapidísimo para principios del siglo pasado, pero hoy la inmediatez y efervescencia del curso informativo no dan tregua ni durante ese tiempo: 24 horas son una eternidad. No es que las noticias se apelotonen unas sobre otras, no es que haya miles de nuevas voces políticas, institucionales, empresariales, sectoriales y de todo tipo que pugnan por ocupar la atención de los medios y los ciudadanos, es que los propios lectores y ciudadanos, los partidos, cualquier pequeño negocio o colectivo prácticamente se ha convertido en un medio de comunicación. O eso creen.
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No hacen periodismo, eso es difícil, caro y hay que hacerlo todos los días, con cosas y en momentos que no siempre son agradables, pero circulan por la misma autopista, se mezclan entre reportajes, noticias y análisis periodísticos profesionales, se contagian de la abundante propaganda que contamina ese ecosistema y enturbian, en definitiva, la capacidad de la opinión pública en general de conocer y comprender el presente. Su presente. Con ello se consigue que solo una elite con recursos y capacidades suficientes sea capaz de diferenciar lo accesorio de lo relevante, lo veraz de lo mentiroso, lo que responde a intereses colectivos y lo que bebe de manipulaciones de parte.
La buena información es un bien cada día más escaso. Estas cartas dominicales tratan de serenar en lo posible el relato de lo que está sucediendo en nuestro entorno y su contexto social, cultural, económico, político o institucional. En ellas se echa mano a menudo del mero sentido común, de la percepción de valores humanos universales como el egoísmo, la generosidad, el miedo, la empatía... Nuestro presente pandémico –que es con el que tenemos que convivir, no con el virus, como se apresuran a defender quienes trivializan la gravedad de la alerta sanitaria– ya comienza a poder observarse y describirse con cierta perspectiva. De ello cabe deducir que no es una crisis temporal meramente asistencial: las condiciones económicas en que tenemos que superarla van a condicionar nuestro futuro de manera muchísimo más profunda y decisiva. Esta semana las noticias principales comienzan a ser, desde ese punto de vista, graves. En el Congreso no se ha aprobado la chapuza del real decreto de medidas financieras aplicables a las entidades locales; las oficinas bancarias, en proceso de fusión permanente, adivinan un fin de año de morosidad desbordada; hay que contar con que nuestras fuerzas políticas se muestren incapaces de aprobar una ley de presupuestos vital, acorde con los tiempos; los funcionarios ya saben lo que les espera en las nóminas; los fondos europeos, tan aplaudidos en el gabinete de Pedro Sánchez, quedarán en manos de Moncloa y no llegarán a tiempo de salvar los muebles porque terminarán sometidos al cálculo electoral... El presente epidémico es inquietante, pero el económico asusta. Sobre todo porque buena parte de la opinión pública está quedando manca y coja como contrapeso del poder y sigue mirando, sorda por los petardos de la actualidad, el dedo y no la luna. El presente.
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