En los últimos días he oído que esos cisnes han desaparecido del Campo Grande porque los ha robado alguno de los cuatro mil jóvenes gitanos que vinieron el martes al encuentro nacional que organizó la Iglesia Evangélica Filadelfia. Lo decían medio en broma, supongo, aunque ... a mí no me hace ninguna gracia. Posteriormente he escuchado que el desahucio que ha tenido lugar en La Rondilla después de que un inquilino dejara sin pagar a la propietaria 12.000 euros se ha producido porque el deudor es, con toda seguridad, inmigrante. Sin un dato, claro. Un poco después se han quejado de que las ayudas del alquiler de la Junta vayan a parar a personas con apellidos extranjeros, siguiendo idéntica lógica que la que sigue el nacionalismo catalán al no aceptar que las ayudas vayan a los ciudadanos que más lo necesiten. Luego me han contado que ha habido una pelea en Las Delicias con un inmigrante de por medio. En este último caso también se ha metido García-Gallardo: «El agresor es moro. No queremos que Delicias se convierta en Molenbeek», ha asegurado, sin contarnos si le importaría que se convirtiera en Chelsea o en Saint-Germain-des-Prés, barrios elitistas de Londres y París respectivamente y repletos de musulmanes millonarios. Lo mismo me han contado de una pelea en Medina del Campo con barras metálicas. He oído también comentarios despectivos de gente que cree que nuestra selección ya no le representa porque juegan Lamine Yamal o Nico Williams y he rematado la semana aguantando la queja de algunos porque Castilla y León vaya a acoger a parte de los menores inmigrantes que han de salir de Canarias ante el desbordamiento de sus centros. Por no hablar del odio visceral a los judíos que se percibe en el ambiente, al más puro estilo nazi.
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Antes de seguir, sobra decir que en algunos casos los que protagonizan los incidentes sí que son inmigrantes. En otros, no. Como es lógico, por otra parte. En el asunto de los cisnes –que ni siquiera se sabe si se han robado–, directamente no se habla de inmigrantes sino de gitanos, que son tan españoles como Carvajal, como Lamine Yamal, que es de Esplugas de Llobregat o como Nico Williams, pamplonés de San Jorge. Si entras en Twitter la cosa se vuelve inenarrable. El ambiente de racismo, xenofobia e identificación de inmigración con delincuencia está plenamente extendido y vemos a gente aparentemente normal, formada y honorable hacer el ridículo diariamente dejándonos ver quién es en realidad. Por cierto, que está muy bien que el gobierno proteja a los menores del porno. Pero mucho peor es Twitter. No permitan que sus hijos entren en ese lodazal infecto, en esa máquina de desinformación y en esa fábrica de fanáticos, extremistas y bulos a derecha e izquierda. Y ni siquiera Twitter es lo peor. Si el ambiente social está podrido y el político-periodístico aún más, el récord se lo llevan los comentarios de las noticias de la prensa digital en todos los periódicos. Ese es el agujero más negro de la polarización, el summum del fanatismo, el Santo Grial del cafrerío de todos los colores y un arma de presión, coacción y bullying a los periodistas por parte –no lo duden– de partidos políticos y otras organizaciones interesadas que pagan suscripciones para orientar la percepción de los lectores a donde ellos quieren y a cambio de un precio irrisorio. Por supuesto que hay que eliminarlos. O, al menos, exigir nombre y DNI, como en las cartas al director. Porque una cosa es la crítica y otro el acoso, el insulto y la injuria.
Pero ese es otro tema. De lo que yo quería hablar es de lo preocupante que es el ambiente de xenofobia y racismo que se respira. En Castilla y León no hay un problema de inmigración. Esa es la realidad. Y en Valladolid, menos. Eso no implica que puntualmente los haya en lugares localizados. Pero generalizar y estigmatizar a 24.000 vecinos en nuestra ciudad es algo muy serio, muy mezquino y muy triste que nos lleva a tiempos de oscuridad intelectual que creíamos pasados. Solo hay que levantar los ojos para no dejarse engañar, pero a veces pienso que nos mereceríamos un par de días sin inmigrantes, a ver qué hacen esos que los critican cuando vean que no hay obreros de la construcción, montadores de muebles, camareros, transportistas, 'riders', gente que traiga los pedidos del supermercado, cocineros, gente que cuide a los ancianos, que limpie las casas, que eche a una mano con los niños, vigilantes de seguridad o jardineros, por hablar de los empleos menos cualificados, que son lamentablemente los más frecuentes. Aunque la sanidad privada está llena de médicos inmigrantes. Y más que va a haber si queremos tener sanidad. Y si queremos que alguien pague las pensiones. Y esto sin hablar del campo. Estamos despoblados, no hay gente para vendimiar, para sacar patatas y no hay pastores. Pero el campo, en lugar de buscar su supervivencia buscando inmigrantes legales que quieran trabajar y vivir en los pueblos, simplifica echando la culpa a la Agenda 2030 y vota a partidos que quieren acabar con la inmigración, es decir, con su solución. Bien, pues posiblemente tengan lo que pidan. Y ese será su mayor castigo.
Más allá de lo económico está lo ético. Yo he visto con qué desprecio me han tratado en Inglaterra cuando he ido a limpiar hoteles de joven y no se me ha olvidado. Ni se me va a olvidar. No sé quiénes se pensarán qué son para creerse más que yo por haber nacido en esa isla, pero cada vez que veo una actitud xenófoba me acuerdo. Nosotros no somos mejores que los inmigrantes. Ténganlo claro. Y defender la igualdad no tiene que ver con la soberbia de no aceptar que nadie sea más que tú, sino fundamentalmente con la humildad de saber que tú no eres más que nadie.
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