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Cuando Alejandro Dumas firmó –quien sabe si escribió o quizás dirigió, aunque sin duda cobró– 'Los Tres Mosqueteros' en 1844, los cimientos del bestseller histórico quedaron establecidos para siempre. Quince años después, el otro gran superventas del XIX, Charles Dickens, comenzó a publicar por entregas ' ... Historia de Dos Ciudades', y ya no había vuelta atrás. El primero tenía un taller repleto de negros literarios a los que sugería qué escribir, y pagaba una fracción de sus pingües beneficios, que le permitieron ser lo más parecido que había en Francia entonces a una estrella del rock, con sus mansiones y sus juergas y todo. El segundo no le iba a la zaga en fama ni en riqueza, aunque le sacara varios cuerpos literarios de ventaja, sin duda porque se molestaba en poner él mismo las palabras sobre el papel, lo cual siempre ayuda mucho.
Eran buenos tiempos. Era el mejor de los tiempos, si me permiten. A Dickens se lo permitieron sus lectores, claro, aunque no sus críticos. Los críticos decían que Dickens y Dumas apestaban, porque los críticos siempre han –hemos– sido los gilipollas de la clase, los que nacieron con cara de estar oliendo un pedo que solo sus delicadas fosas nasales podían captar. Al que suscribe no le van a faltar sus buenos años de purgatorio por algunas cosas que escribió como crítico, cosas de las que me arrepentí en cuanto firmé mi primera novela. Los críticos, claro, creían que la novela histórica era un folletín para amas de casa, criadas y cocheros. La gleba, vamos. Porque vendían. Y ganaban dinero. Luego llegaría el siglo XX y miraría de rodillas a Dickens y a Dumas, y diría que poco ganaron, y se dedicaron a ponerles estatuas.
Dumas y Dickens sabían, zorros ambos, que las narraciones de héroes secundarios, de la gleba de la Historia, vendía mucho. Sí, a las amas de casa, a los criados y a los cocheros. Pero también a escritores como Chesterton, quien diría de 'Historia De Dos Ciudades' que era «la más bella narración que se había escrito en lengua inglesa», y sabía muy bien este señor que estaba diciendo eso a tiro de piedra del lugar donde Shakespeare hincó la rodilla.
Muchos comienzan 'Guerra y Paz' creyendo que solo van a leer una novela histórica. Muchos menos alcanzan la página 1900, pero, de esos, pocos creerán que eso es material para la gleba. Más bien al contrario, la mejor novela de todos los tiempos. Del mejor de los tiempos y del peor de los tiempos. Que habla del mal y del amor, que son los dos únicos temas que importan, y lo hace de forma absolutamente magistral. Y por qué les cuento todo esto, se preguntarán. Pues porque los prejuicios son el patetismo del ahora, del creer, con el fango hasta las rodillas, que todo el bosque es barro. Por si les sirve la analogía para alguna otra cosa.
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