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«Pregúntenle a (Margarita) Robles o al CNI». Eso ha dicho el bufón Rufián para justificar el no de Esquerra al plan anticrisis de sus socios de Gobierno. El cinismo de algunos no tiene cota. Ni la torpeza de otros. El mentado CNI está que ... trina con la respuesta gubernamental al caso Pegasus. Dice que les ha puesto en ridículo. Ahora sólo queda que ERC y Bildu se sosieguen cuando consigan entrar, de la mano del PSOE, en la Comisión de Secretos Oficiales del Congreso. Así sabrán qué es lo que sus socios saben de ellos tras las escuchas. Y de paso igual se enteran de qué hay verdaderamente detrás de otros casos insólitos de transparencia, como el de la repentina entrega del Sáhara Occidental a Marruecos. Una realidad que produce cierto desasosiego, en medio de esta nueva crisis internacional.
Ahora que sabemos que la imagen pública del Gobierno está controlada por el algoritmo, nada es de extrañar. Es el algoritmo, por encima del gabinete de Comunicación, el que decide lo que hay que decir o lo que hay que hacer de cara a cada crisis. Tal vez no explique los errores del Pegasus, pero seguro que también ha sido (el algoritmo) el culpable de que, en medio de esta inquietante realidad, el Rey de España se haya apresurado a proclamar su patrimonio personal. Del Rey abajo, ninguno en la «regeneración de la vida pública», así que ahora el mundo entero sabe lo que tiene y lo que vale la monarquía española. Me imagino las risas de alguno, de Moscú a Washington pasando por Londres, disfrutando de nuestros secretos a voces.
El algoritmo no lo sabe, pero los libros de historia nos dicen que fue Felipe II el primer monarca español que decidió adscribir todos sus bienes a la Corona, y no a su patrimonio personal. Al contrario de lo que ocurre en el Reino Unido, lo que sigue permitiendo que la reina Isabel II figure, año tras año, en los primeros puestos de las listas de los más ricos del planeta. Son maneras de interpretar la monarquía. La nuestra, por lo que se ve, ya en el camino directo del tránsito de la democracia a la demagogia: eso que los que manejan el cotarro (y nuestro devenir) llaman tan pomposamente «democracia directa». Lo que ahora ansía a dominar en plenitud el nuevo dueño de Twitter, Ellon Musk: la transparencia sin cristal, la nueva verdad absoluta del algoritmo. Para eso hemos quedado.
No las escuchas del CNI, sino el análisis de las cuentas del primer trimestre del año, nos ratifican que España vuelve a estar (también) en crisis económica. Hay para entretenerse con lo que pronostica el algoritmo para el efecto Feijoo y las nuevas elecciones andaluzas del 29 de junio, mientras los españoles comparan las cifras de lo que deben o de lo que tienen en sus cuentas con el patrimonio de su rey. A Errejón, mientras testifica por lo de su patada ciudadana, le parecerá mucho. Y a Abascal posiblemente algo indigno e impropio del heredero de los Reyes Católicos. Pero sobre estas veleidades del algoritmo hay otras realidades que se imponen. Los alemanes, por ejemplo, parecen por primera vez dispuestos a cortar con el gas ruso, mientras que los húngaros ya han dicho que van a pagar en rublos, y en la divisa que sea menester, a sus antiguos amos soviéticos. Y Moscú, a falta de otras habilidades, de momento ya ha duplicado ingresos por la venta de combustibles sólidos en lo que va de guerra.
Posiblemente el bufón Rufián tendrá razón. El cinismo, decía Óscar Wilde, consiste en ver las cosas como realmente son, y no como se quiere que sean. Otra cosa es lo que diga (Margarita) Robles, de revista a los pertrechos que parten para el frente. Es lo que hay.
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