No hay preguntas

No siempre, cuando los periodistas vamos a una convocatoria de prensa, la persona que nos cita quiere hacer declaraciones. Se supone que vamos donde se nos pide, se dicen unas palabras desde un atril y todo acaba sin preguntas y sin respuestas. Pasa a veces. Los periodistas, que somos un poco pesados, en ocasiones intentamos formular alguna cuestión, aunque no seamos invitados a hacerlo, porque la actualidad así lo requiere.

No es cómodo ser interrogado cuando uno no espera serlo, pero si el interpelado es un político se le presuponen tablas. En estas situaciones está el que responde que lo que tenga que decir lo dirá desde el atril; otros contestan peras, aunque la pregunta fuera sobre manzanas; y luego nos encontramos con el que se comporta como si fuera sordo, ciego y mudo. Ni te mira, ni te contesta. Eres invisible y no devuelve ni el saludo. Este último despierta mi lado rebelde y, por lo general, vuelvo al ataque. Y les explico por qué.

En la facultad nos dijeron que los periodistas, en democracia, somos garantes del derecho a la información de los ciudadanos. Es decir, ustedes delegan en nosotros ese derecho y, por eso, debemos hacer un uso responsable de ese honor. Y yo me lo creí.

Todos tenemos la potestad de no responder, obviamente, pero con esa actitud están diciendo más que si realmente respondieran. Sobre todo si se compara con el cuarto perfil, el que contesta. Son los menos, pero demuestran respeto, coraje y valentía. Sé de la mala fama que, posiblemente con razón, goza actualmente el periodismo, pero el verdadero debe ser incómodo sobre todo con el poder. Nuestra función no es rendir pleitesía y nuestra obligación, dejar nuestras filias y fobias en casa para cumplir con el mandato que se nos ha hecho.

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