Alo largo de mi vida he perdido cinco o seis amigos o conocidos que tomaron la fatal decisión de irse voluntariamente al otro barrio. Haciendo memoria, podría asegurar que la mitad de ellos cruzaron la raya que separa un mundo de otro por culpa ... de amoríos y desengaños, y el resto por causas que solamente conocían los interesados. En ambos casos, al acabar el funeral los asistentes siempre nos hacíamos la misma pregunta: ¿por qué?, sin encontrar nunca una respuesta clara. Para unos, suicidarse es un acto de valentía porque no debe ser fácil dar el paso, mientras que otros opinan que es de cobardes no ser capaces de afrontar los reveses del destino. En fin: asunto complejo de entender y delicado de comentar.
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Sin embargo, ayer, cuando mis colegas me pasaron el tema a desarrollar, me encontraba en un sitio con multitud de paisanos que no parecían tener ganas de saludar a la muerte cara a cara, y ya saben a qué me refiero: hacíamos cola para vacunarnos contra la pandemia. Mirando aquella interminable fila era imposible pensar que ninguno de ellos estuviera pensando en suicidarse, porque para eso no hace falta esperar a que te convoque el Sacyl.
Reflexionando sobre el tema propuesto, confieso que a lo largo de mi vida he tenido más ganas de asesinar a alguien que de quitarme del medio, sin que haya caído en ninguna de las dos trampas. Y ahora que ya tengo cita para la segunda dosis, menos aún…
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