Ya advirtió Tarradellas que en política se puede hacer de todo menos el ridículo. Y eso, pese a la propaganda ecuménica, es lo que se ha hecho con los indultos. Una medida de gracia que no nos ha hecho ni pizca y que no parece ... que vaya a solucionar nada. Solo desacreditar al Supremo y seguir imantado al cargo cueste lo que cueste. No será barato, el independentismo es insaciable y seguirá pescando en este río revuelto hasta lograr su objetivo.
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El nutrido historial de traiciones y principios refutados que atesora Pedro Sánchez, un tipo sin gota de sangre jacobina que atascaría el polígrafo, invita a pensar en nuevos lances de trilero.
Pero hoy la crónica es deportiva. Nos queda el refugio del fútbol, esa fe sin teología que va más allá del césped. El opio del pueblo, puro irracionalismo, lo sé, pero como sostuvo Hume, la razón sigue siendo esclava de las pasiones; la codicia, el motor de la política y el orgullo deportivo, el consuelo del resto de los mortales que ocultamos con la roja el pesimismo de la situación.
Queda lejos el subidón de autoestima colectiva del mundial de Sudáfrica. Quizá, como ocurre en otros lares, un triunfo de la selección pueda insuflarnos un sentimiento de país. Pero desengañémonos, cuando despertemos el dinosaurio seguirá allí. Enfangados en el imaginario del victimismo independentista, seguiremos con las cuitas de esta España invertebrada y atrapados en el callejón sin salida del 'procés'. El callejón del Gato, el esperpento.
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