Vox populi
Opinión ·
Las elecciones del 10-N ponen a cada uno en su sitio, destruyen algunas expectativas y abren numerosas interrogantesJUAN FRANCISCO FERRÉ
Martes, 19 de noviembre 2019, 07:18
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Las elecciones del 10-N ponen a cada uno en su sitio, destruyen algunas expectativas y abren numerosas interrogantesJUAN FRANCISCO FERRÉ
Martes, 19 de noviembre 2019, 07:18
Cuidado, cuidado, no vayamos tan deprisa como la montaña rusa emocional del Ibex. A punto de hundirse en la miseria si no se le da placer al punto G de sus directivos. Esto de que Sánchez vaya a gobernar con Iglesias nos mete en un ... bucle irónico. Podíamos haber tenido esta coalición en verano y los caprichos ególatras de ambos líderes lo impidieron. Ahora pactan con urgencia para salvar el cuello. El resultado otoñal de estas elecciones sabe frío y amargo y además da miedo. En el futuro será aún peor. El PSOE celebra su victoria mínima como un mal menor y el PP como un fiasco fariseo. Todos conocen las secuelas de la irrupción de Vox, pero prefieren ignorar su alcance real. Cuando la voz del pueblo se acopla con el ruido estridente de la ultraderecha, no hay marcha atrás. Desde una perspectiva electoral, los socialistas priman los intereses partidistas. Mientras exista Vox es imposible que sus rivales populares les ganen. Desde una perspectiva social, es un indicio inquietante del malestar español. Algo huele a podrido en el sistema.
Si la gente se siente despreciada por las élites políticas, no tarda en buscar consuelo en los demagogos que se le acercan con condescendencia, en mercadillos, bares y otras congregaciones comunitarias, para acariciarle el lomo y ganarse su confianza y simpatía. Así comenzaron todos los fachas europeos, humillando a la izquierda en los barrios obreros, amenazados por el paro, los subsidios inicuos y la inmigración ilegal. Falla la cultura, fracasa la educación. El objetivo electoral de los grandes partidos es una clase media acomodada cuyo bienestar prometen fomentar sin límites. Pero eso afecta solo a la mitad del censo. La otra mitad solo quiere escuchar que sus miserables condiciones de vida en el barrio que les ha tocado en desgracia, con su dosis de delincuencia, hastío e incuria municipal, o en los pueblos abandonados por el desarrollo y las infraestructuras, van a mejorar alguna vez. Si no, se siente condenada desde siempre y para siempre, como ciertas estirpes, a cien años más de soledad absoluta.
En democracia, los designios del pueblo son inescrutables. Y esto pone nerviosos a sociólogos y politólogos, porque viven en un mundo paralelo construido con gráficas y estadísticas donde los discursos que encienden la indignación ciudadana apenas si obtienen representación científica. Se habla de populismo sin entender lo que significa este fenómeno en el contexto actual. Si el poder del pueblo es el fundamento del sistema democrático, los políticos no pueden hablarle con la voz distante de los dioses tecnócratas o financieros. La desconexión es total. Y muy peligrosa. La lengua del pueblo es sagrada, como decía el clásico, y ahí radica su desafío radical al orden establecido. En una democracia real, con permiso del infalible Tezanos, la voz del pueblo es Dios.
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