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Leo a Cela y, más que realismo mágico, en sus apuntes carpetovetónicos sobre meretrices, bomberos toreros, trapecistas de miniatura y así, encuentro que se adelantó a este tiempo tan soso que nos arrastra a los que no hacemos 'escrache', porque 'La Pepa' y Suárez nos ... dicen mucho.
Resulta que Pompeyo G.P, el de las cartas detonantes, vivía en el barrio de la Charca, era un hombre nostálgico de la URSS y de la Pasionaria. Todo un gazpacho mental y un gorro de astracán para bajar al estanco a por mentolados. Porque toda esta gallofa fuma mentolado. Hay que pensar a Pompeyo, nacido no sé bajo qué signo, pero llamado desde la infancia hacia la vulcanología o los petardos, perpetrando la toma del Palacio de Invierno. Una mocedad con camaradas, y, ahora, con las cataratas galopantes y el Sintrón y ese aflojar la próstata que da el jugar con fuego y sustancias inflamables. Todo daría risa, y de hecho la da; también un miedo atroz, sí, de que por Internet o por cursos por correspondencia, aquí los de la edad provecta que decía Manolo Alcántara, o los que no se quieren integrar, que fuman y son vagos para el ISIS, nos monten otro fregado. Como el más reciente de Algeciras sobre el que muchos han pasado de puntillas.
Hay que ver a los Pompeyos del mundo siguiendo a Putin y a los dobles. Una querencia hispana por ser del KGB y esos libros de pedagogía de la revolución que me tiró mi padre a la basura y de los que renegaba mi llorado Julio Anguita. A Pompeyo lo llamamos Vesubio y no cambia la cosa, el relato de lo que se sabe. De lo que no.
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