Traslado de los restos de Isabel II para celebrar su funeral. ISABEL INFANTES / POOL / AFP

Pompa y circunstancia

Dados rodando ·

«Los británicos guardan las formas como nadie y el entierro de una soberana sin sus particulares ritos pautados al milímetro, sería vaciar de significado la desaparición de una figura medular en su país y en Europa y en el mundo»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 20 de septiembre 2022, 00:02

Siendo un joven periodista, enviado especial de TVE a Londres para cubrir una reunión seminal del grupo TREVI de los ministros de Interior europeos, recuerdo haber realizado una conexión en directo teniendo a escasos cuatro metros a la mismísima reina Isabel II. El lugar, el ... Queen Elizabeth II Centre, frente a la Abadía de Westminster, era también el marco de otro acto de la Commonwealth que presidía Su Majestad. Entonces, a finales de los ochenta, las medidas de seguridad no eran tan estrictas como en la actualidad y una estampa así, hoy impensable, era posible. Con su abrigo de entretiempo color verde y su sempiterno bolsito, la soberana se paseaba pegada a un set televisivo, sin que sus guardaespaldas nos obligaran a ninguna medida precautoria especial.

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Este lunes, fue enterrada con todos los honores la última gran figura del siglo XX. Miles de ciudadanos han guardado colas eternas para dar su último adiós a quien por espacio de setenta años ha ocupado el trono del Reino Unido con una profesionalidad incuestionable y una discreción que define el espíritu más auténtico de la institución. Las exequias han durado más que una boda gitana, según dice Carlos Herrera, pero es que la esencia de la monarquia es justamente eso: tradición y costumbre, pompa y circunstancia. Convendremos todos en que los británicos guardan las formas como nadie y que el entierro de una soberana sin sus particulares ritos pautados al milímetro, sería vaciar de significado la desaparición de una figura medular tanto en su país como en Europa y en el mundo.

Hemos asistido a ceremoniales propios del entierro de un Papa en Roma, con una solemnidad entre religiosa y mística. A fin de cuentas, Isabel II era también, no hay que olvidarlo, la cabeza de la iglesia anglicana y encarnaba una cierta divinidad que algunos consideraban perenne por los siglos de los siglos. Ha tenido 96 años bien vividos, siete décadas con la corona ceñida y una influencia irrepetible. Aquella joven que comenzó su reinado teniendo como primer ministro a Winston Churchill pudo observar la influencia de su nación en la politica y la cultura, y supo hacer caballeros del Imperio Británico a los Beatles o Mick Jagger, y comprobar también cómo no muy lejos de su residencia del Palacio de Buckingham, en Carnaby Street, se marcaron los primeros compases de la contracultura europea en los setenta.

Son muchos lo que sienten envidia por un país que sabe respetar hasta el extremo sus símbolos y sus instituciones. Una nación que venera su himno nacional y sabe rendir cortesía a su reina y a la historia que representa. Una sociedad donde se siente lo que significa la Unión Jack y en la que la tradición no cierra el paso a la modernidad, sino que se alterna con ella en un admirable juego que les ha permitido ocupar un lugar destacado y singular en el orden mundial. A Inglaterra peregrinamos en cuanto pudimos viajar fuera de España para descubrir una sociedad que nos fascinó en todo lo que significaba.

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Con sus aciertos y sus errores, con su apuesta incomprensible por el 'brexit' y su apego a las poco apetecibles 'baked beans' de su desayuno, la sociedad británica nos ha demostrado que tener historia y tradiciones es algo que define a un país. La reina es ya parte de su legado, como lo fue su tatarabuela, la reina Victoria. En ocasiones, la liturgia lo es todo y lo que acabamos de vivir estos diez últimos días es una buena muestra de ello.

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