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Hablo del polvo en el sentido literal, nadie se engañe. Hace más de veinte años, en un viaje por el norte de Navarra, una mañana de otoño, mi mujer y yo visitamos 'Itzea', la casona de los Baroja en Vera de Bidasoa. La visita fue ... un privilegio; nos permitieron entrar gracias a un salvoconducto literario ya que la casa, al ser privada, no está abierta al público. En su interior latía el espíritu de una familia ilustrada. Nos recibió don Pío Caro Baroja en zapatillas de fieltro deslizando sus pies sobre gamuzas. Es una manera de hacer ejercicio sin salir de casa, nos dijo; de paso quito el polvo. Una casona tan grande como esta no se puede calentar a no ser que te encierres en una habitación o que gastes una fortuna. Luego don Pío echó pestes contra el polvo que crece de manera misteriosa e imparable como el fermento de las levaduras.
Hace dos o tres años, en 'Ordesa', la novela de Manuel Vilas, me encontré con unas reflexiones furiosas contra el polvo que atormentaba al autor.
El fin de semana pasado pudimos ir al pueblo tras los tres meses y pico de confinamiento y nos encontramos la casa con una capa espesa de polvo cubriendo suelos y muebles; de manera que pasamos dos horas y pico de zafarrancho con cepillos, recogedores, mopas y fregonas antes de tomar posesión.
Polvo somos y en polvo nos convertiremos.
Se han inventado unas aspiradoras minúsculas y eficaces que, como un perrillo, recorren de manera minuciosa las habitaciones succionando el polvo del suelo. Un adelanto, sin duda, pero las casas de los pueblos están llenas de cachivaches, de estantes y recovecos, de manera que hay que hay que pasar el plumero por todos los rincones. De momento no hay robot que sustituya al plumero.
Los químicos, los físicos, los ingenieros y los inventores tienen en el polvo un reto por delante. La fregona, ese artilugio doméstico, nos liberó no hace mucho de fregar los sueños de rodillas por más que ahora la escena nos parezca antediluviana cuando la vemos en las películas.
Lo cierto es que la lucha contra el polvo no se acaba; tampoco acaban las polvaredas políticas que enrarecen el ambiente de manera atosigante como si estuviéramos en la eras de mi pueblo en el momento de recoger la parva. Aquel cisco no era polvo; mi abuelo lo llamaba tamo y quedaba suspendido en el ambiente ahogando la respiración. Nos hemos liberado del tamo gracias a las cosechadoras que aíslan a los operarios en una cabina, pero no conseguimos liberarnos del polvo ni de la polvareda política. Como castigo mandaría a los políticos barrer una parva para que comprobaran el efecto perturbador del polvo en su garganta.
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