Mis mayores solían decir que al perro flaco todo se le vuelven pulgas porque las desgracias nunca vienen solas. Ya sé que la calima es, al menos en esta parte de España, un fenómeno infrecuente y sin demasiado peligro, pero tengo la sensación de que ... no salimos de una y nos metemos en otra. Servidor, que está muy rodado, conoció esta anomalía climática en Canarias durante el viaje de novios; lo que significa que ha tenido que transcurrir casi un siglo para ver de nuevo tejados y calles cubiertas de esa capa naranja que aún no ha desaparecido del todo. Las autoridades, deseosas de tranquilizarnos, salieron en masa para hablar de la «muy buena calidad» de nuestro aire, calificar el episodio de «puntual y natural» y recordarnos que la capital está «entre las treinta ciudades menos contaminadas del mundo» mundial.
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Pero, por si acaso, esos mismos gobernantes aprovecharon para sugerirnos que salgamos poco a la calle y nos calcemos la mascarilla si tenemos necesidad de hacerlo; nada inalcanzable, porque casi todos tenemos tapabocas sin estrenar y test de antígenos por si vienen mal dadas otra vez. No obstante, la situación me recordó la maldición de Sísifo, obligado a subir una piedra enorme a la cima de la montaña que rodaba, una y otra vez, ladera abajo. Hoy me he puesto culto, pero a veces hay que tirar de los clásicos si no queremos parecer unos catetos que se amilanan con un polvillo.
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