![Políticas de campanario](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202001/03/media/cortadas/GF04DVN1-kgdF-U9011161178463VB-624x385@El%20Norte.jpg)
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La declaración del alcalde de León, pidiendo, como los catalanes de ERC, «una mesa de diálogo» para negociar en este caso la secesión leonesa, ha encontrado eco inmediato en los socialistas bercianos que piden el reconocimiento del Bierzo como una provincia más. Con la misma ... lógica, ¿cómo no recordar al barrio rico de Milán cuando pidió a la Liga Norte, partidaria de la secesión de la Italia del Norte que, puestos a ejercer el soberanismo, ellos también querían escindirse de esa nueva y rica Italia porque no querían que sus impuestos salieran del barrio?
Podemos tomar este tipo de declaraciones como ocurrencias de políticos en busca de prestigio a bajo coste o como síntomas de un modo preocupante y generalizado de entender la política.
Veamos.
Alegan estas voces críticas que la autonomía actual es el un producto artificial. Y en eso tienen razón porque la política es un arte o artificio que consiste en tomar decisiones difíciles en circunstancias complejas que bien pudieran haber sido otras. Segovia, por ejemplo, estuvo a punto de convertirse en autonomía. En lo que, sin embargo, no tienen razón es oponer a la fundamentación débil de la política una alternativa «natural» que estaría basada en razones mucho más sólidas. Frente a argumentos artificiales, razones naturales. Pues bien, es en la creencia de que la alternativa a lo artificial es lo natural donde está el problema de nuestros políticos.
Todos los nacionalismos ponen a la naturaleza de su parte empezando por la etimología. Nación viene de nacimiento. Los nacionales son los nacidos en un lugar determinado. Los dos pilares del nacionalismo son la sangre y la tierra. Pero como ese tipo de nacionalismo biologista ya no se lleva, se le añaden otros dos ingredientes culturales -la religión y la lengua- tomados de la historia, para conformar un nacionalismo ya no racista sino etnicista. Sangre, tierra, religión y lengua son los elementos naturales que invocan los nacionalismos.
El mensaje que se mandaba desde las teorías románticas que en el siglo XIX impulsaban los nacionalismos es que los colectivos que tengan esos ingredientes naturales tienen derecho a decidir cómo quieren organizarse políticamente. Renan, autor del vademecum del nacionalismo titulado La Nation, decía que la nación estaba compuesta de gente que tenía, por un lado, un pasado común y, por otro, la voluntad de vivir juntos. Los nacionalistas traducen pasado común por historia de un pueblo cuyos individuos están unidos por la sangre y la tierra. Y traducen voluntad de vivir juntos por derecho de autodeterminación. Con este manual político funcionaron en su momento los secesionistas italianos y ahora los catalanes y, al parecer, es el que inspira al alcalde de León.
El problema de este libreto es que en él no hay nada natural ni propio. Todas las sangres son mezcladas. Sobrevivimos gracias al mestizaje. Y tampoco hay pueblos que tengan la tierra en exclusiva porque desde la dispersión que tuvo lugar tras el fracaso de la Torre de Babel, todos somos okupas. Hubo un tiempo, en efecto, en que no estábamos allí. Tampoco hay lenguas naturales o propias porque todas nos acogen como huéspedes. Apropiarse una lengua es como tomar la posada que uno habita como suya. Las lenguas que hablamos nos esperan antes de nacer y por eso son más bien lenguas impuestas. Hablamos castellano, por ejemplo, porque en algún momento de nuestra historia se acalló el árabe podría haber sido nuestra lengua natural. Lo que se nos vende como productos naturales son más bien históricos. ¿Y la religión? Es verdad que algunos han confundido ser español con ser católico pero eso es una ofensa al cristianismo, uno de cuyos dogmas fundamentales es que no se nace cristiano sino que uno se convierte al cristianismo (de ahí el bautismo). Los españoles no son naturalmente católicos.
La política es un arte y como tal una invitación a buscar soluciones creativas a los problemas contemporáneos. Los nacionalismo son discursos peligrosos porque distraen y venden como solución natural lo que son estrategias de los colectivos más poderosos de cada lugar que ven en el cantonalismo un negocio. Invertir en esa dirección es ir a contracorriente de la historia. El futuro es transnacional. No es el momento de levantar fronteras internas o externas, sino de derribarlas. Cualquier candidato a político debería ser un experto en historia europea para que comprenda en qué dirección va la historia. No es una exigencia elitista porque todos estos políticos secesionistas invocan una determinada historia, solo que de cartón piedra. La historia que deben manejar los políticos es la que aconsejaba Aristóteles hace veinticinco años, a saber, la que lee los acontecimientos a la luz del sufrimiento que provocan.
Eso no significa desatender la parcela de mundo que nos ha tocado vivir y cuidar. Cada costumbre local es un patrimonio de la humanidad. No algo propio sino de todos confiado a nosotros. Curioso que el término «nosotros» signifique no-otros. Hemos llevado al lenguaje cotidiano la semilla del diablo hasta el punto de que no sabemos hablar de lo que nos une más que separando. No hay por qué avanzar en esa dirección.
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