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Si un ministerio es un organismo que se encarga de gestionar un área política, un 'microsterio' procede de una segregación ministerial que, en la mayoría de los casos, pretende mayor reparto político de la actuación administrativa. Así sucedió en la Unión de Centro Democrático ( ... UCD) de Adolfo Suárez que, en su tercer Gobierno, tuvo 23 ministros, con dos vicepresidentes y cinco 'adjuntos', similares a sin cartera; era un modo de dar cuotas de poder a las 'familias' que aglutinaba la UCD. Obviamente, algunos tienen un papel testimonial y escasas funciones, pero todo ello supone gasto, tediosos reajustes de organigramas y despachos, y… ya se sabe cómo acabó la UCD.
Sánchez, tras otra vuelta de tuerca, alumbró un nuevo Gobierno Frankestein, poco deseable por su dependencia, pero los hechos diluyen por días cierto atractivo inicial del equipo nombrado, con sus coaligados de Unidas Podemos acatando la Constitución. Fue el primer paso para una acción de gobierno problemática, pero la verdadera prueba de fuego, aprobar nuevos Presupuestos Generales del Estado, está tácitamente en suspenso, tras el caos político catalán. Recordemos que el primer Gobierno de Sánchez finalizó por falta de apoyo independentista.
La historia parece repetirse, pero se supera como esperpento, tras anunciar elecciones sin fecha el inhabilitado Torra; es difícil de entender el cenagal de la política catalana. Si Sánchez lograse un nuevo Presupuesto General, podría sobrevivir en precario, incluso alargarse mediante su prórroga. El problema es el precio, pues, para sobrevivir, apuesta al límite y busca cualquier apoyo, con asesoramiento clave de Iván Redondo; solo hay una estrategia: ejercer el poder con tácticas improvisadas, «partido a partido».
Al entorno de la democracia representativa le cuesta adaptarse a la celeridad de la revolución digital. Las redes ofrecen un panorama difuso, donde se mezclan lo real y lo virtual, verdadero y falso… A veces resulta difícil de distinguir, pero así se crea un sentimiento general de indiferencia ante la mentira, pues la información es efímera y no tiene consecuencias engañar, aunque sea evidente. En la sociedad de la información, el fenómeno lo conoce muy bien la clase política, a veces como beneficiario, otras como perjudicado, y en esta lucha juegan los asesores expertos.
En su investidura se vio a Pedro Sánchez impasible a la denuncia de sus incumplimientos por Pablo Casado; pero no le importaba, pues hace tiempo que la verdad perdió interés, salvo para manipularse, y que una pesadilla que quita el sueño, puede convertirse en una venturosa realidad. Pero estos hechos sí traen consecuencias: la desconfianza. Los ciudadanos pueden obviar engaños en el difuso ambiente de confusión, pero no los grupos políticos; el resultado es la prevención, escasa capacidad de diálogo y dificultad de acuerdos, todos precarios; nada que ver con el espíritu que inspiró el texto constitucional de 1978.
En Cataluña existe un conflicto civil, inducido por un conflicto político, pero sin llegar al enfrentamiento civil. El Tribunal Supremo tiene toda la razón cuando afirma que «no nos incumbe ofrecer –ni siquiera sugerir o insinuar– soluciones políticas a un problema de profundas raíces históricas». En efecto, ellos solo vigilan el Orden Constitucional, para «lo otro» están otros poderes; lo que no se puede hacer es cargar al Poder Judicial las ausencias del Gobierno y los oportunismos de la Generalitat, como durante los últimos diez años.
El diálogo debe renacer, pero Sánchez y su Ejecutivo no pueden ignorar la independencia de los poderes Judicial y Legislativo, y además, deben «hacer los deberes» y afrontarlo con un relato propio del Estado de los españoles, como el creado por el independentismo; algo que no hizo Rajoy y tampoco ha esbozado Sánchez, a pesar de haber contado con José Borrell como ministro.
Manuel Castells es el ministro más singular del Gobierno, no solo por su perfil académico reconocido internacionalmente, sino como «verso libre», similar a Federico Semprún en su día. Su trayectoria es singular: del Mayo Francés y la sociología urbana marxista de los '70', al análisis de la sociedad de la información e informacional en la Universidad de Berkeley y otras muchas más; su espíritu innovador le ha reinventado varias veces, ahora como ministro de Universidades.
Su experiencia política es real y práctica: entre 2001 y 2007 dirigió el Proyecto Internet Cataluña, base innovadora de la sociedad catalana y soporte posterior para una administración virtual independentista, según modelo de Letonia, y aunque lo paralizó el 155, es fácil de recuperar. Castells conoce muy bien las contradicciones entre mundo económico global y comunidades digitales locales. Fascinado por ellas, ha pasado de la (im)probable independencia al apoyo explícito, una vez más la Red atrapa con mensajes pasados.
El tiempo dirá si será colaborador leal para innovar el Estado español, aunque la transformación digital dependa de la vicepresidenta Nadia Calviño, y se verá si la sastrería Sánchez-Redondo puede aguantar un patrón con tantos alfileres. Como aperitivo, nace con un enfrentamiento con el Poder Judicial, un conflicto educativo, aviso de una legislatura bronca, un vodevil bolivariano en Barajas, el caos catalán y los vaivenes de Sánchez… todo en tres semanas: para algunos, demasiado no es suficiente.
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