José Ibarrola

Poder a la deriva

Después de las palabras ·

«En multitud de ocasiones el político ejerce el poder como un predicador botarate que, en el fondo, ni siquiera se hace responsable de su prédica»

Juan Villacorta

Valladolid

Lunes, 12 de septiembre 2022, 00:56

La vida no se acaba en ningún mundo por vasto e influyente que fuere. El poder de cualquier gobierno del mundo es un espejismo que, tarde o temprano, se desvanece entre las ruinas de su propio esplendor. La vanidad es patrimonio humano, y en ella ... germina la ponzoña que arruina la humanidad que nos confiere sentido. La autoridad es prólogo del autoritarismo, y este es epílogo de la ambición humana. Los entresijos de la política se tejen en los despachos y son veleidosos, ingratos, injustos y destructores. Nadie se sustrae a las depuraciones con que el estamento político resuelve sus diferencias, más crematísticas que ideológicas. La política es un beneficio para pocos y un maleficio para los más. En política hoy eres un dios y mañana, un ángel caído.

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Sin ninguna distinción amalgama el poder su egoísta acción y su huero discurso, como si la gracia áurea del conocimiento le hubiera abandonado sine die. Cacarea el político dogmas ideológicos en los que descree, y evangeliza fatuamente a la muchedumbre con promesas y prédicas que hablan de la Ley de unos mandamientos sin ley. En multitud de ocasiones el político ejerce el poder como un predicador botarate que, en el fondo, ni siquiera se hace responsable de su prédica.

Toca a su fin el tiempo mágico de los sueños y se anuncia la insoportable realidad, el futuro desesperanzado, el angustioso presente sin fundamento que funde el ejercicio de un poder a la deriva. En fin; el reino lógico de la sinrazón.

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