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Este domingo se celebra en el auditorio Paco de Lucía de Alcorcón la Cuarta Asamblea de Ciudadanos de Podemos -proceso congresual que se denominará por inercia Vistalegre IV- en la que serán elegidos el nuevo secretario general y los miembros del Consejo de Coordinación, algo ... así como la ejecutiva de la organización política. Se trataría de una reunión rutinaria si no se diera una circunstancia excepcional: el fundador de Podemos a partir del movimiento del 15M, Pablo Iglesias, un líder controvertido pero con evidente tirón popular para bien y para mal, cuyo ímpetu, vehiculado a través de las nuevas TICs, consiguió por primera vez romper el bipartidismo imperfecto y edificar un nuevo partido, primero transversal, después vinculado a Izquierda Unida (para muchos observadores, un error que actualmente explica la precariedad creciente de Podemos), ya no concurrirá a cargo alguno.
Podemos, que asomó la cabeza por primera vez en las elecciones europeas de 2014 y que obtuvo una representación insólita en las elecciones generales de 2015, nació con pretensiones de «tocar el cielo con las manos» y de erigirse en mayoría, designio que evidentemente no logró. La cima de su recorrido la consiguió después de las segundas elecciones de 2019, cuando formó una coalición de gobierno con el PSOE que lo llevó al poder.
El pacto de coalición, que reservaba a Pablo Iglesias la segunda vicepresidencia del Gobierno y entregaba a Unidas Podemos otras cuatro carteras, fue fecundo para la organización, pero ya fue imparable desde entonces el declive de Podemos, que se fue agravando en sucesivas elecciones regionales, hasta el extremo de que el propio Iglesias tuvo que ponerse al frente de UP en las recientes elecciones madrileñas para asegurarse que alcanzaría el 5% de los votos y por lo tanto no quedaría fuera de la cámara.
Aquella salida abrupta de Iglesias de la vicepresidencia y la campaña madrileña -discretamente exitosa, puesto que consiguió tres modestos escaños más para su partido- fueron el preámbulo de una retirada de la política que de momento está siendo real y efectiva: Iglesias es consciente de que se ha abrasado en estos años combativos y difíciles en que ha sido la bestia negra de los sectores conservadores y ha convulsionado el sistema político español.
Iglesias ya no estará presente en Vistalegre IV (no se descarta alguna comparecencia testimonial por videoconferencia) pero todavía se palpará su huella ya que ha señalado a sus epígonos. Ione Belarra, quien ha ingresado en el Ejecutivo de Sánchez como ministra de Asuntos Sociales y Agenda 2030 tras la salida de Iglesias (y la ocupación por Yolanda Díaz de la tercera vicepresidencia sin desprenderse de la cartera de Trabajo), ha sido señalada como candidata a la secretaría general de Podemos, al parecer con notable aceptación de la militancia. Mientras Yolanda Díaz sería, de respetarse el legado del fundador, la candidata a la presidencia del Gobierno en las próximas generales. Es un clásico modelo de bicefalia en que la dirección del partido y la principal candidatura electoral son distintas.
Aunque cuaje la fórmula, el recorrido no será fácil. Yolanda Díaz no es de Podemos, aunque sí de Unidas Podemos como miembro del PCE. Y sus relaciones con Podemos no han sido fáciles ya que piensa que la formación de Iglesias es demasiado 'vertical', es decir, falta de auténtica democracia interna. Además, está por ver el arrastre de Ione Belarra y su equipo, al que no se han incorporado ninguno de los históricos que han sido alejándose del tronco de Podemos, ni mucho menos Errejón, que ha obtenido un resultado magnífico en Madrid y a buen seguro intentará crecer a frente de Más País, con un mensaje más verde, más transversal y más pragmático.
En definitiva, de lo que se trata es de comprobar a medio plazo si es viable Podemos sin Pablo Iglesias, quien ya tuvo que subirse al carro madrileño para evitar la extinción de sus siglas en la comunidad que hoy controla la popular Ayuso. El tiempo dará y quitará razones, pero parece que somos muchos los escépticos que creemos que la marcha de Iglesias, ciertamente quemado por una vertiginosa aventura política muy controvertible, puede suponer el declive irreversible y rápido de su decadente formación.
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