La pandemia no solo ha dejado una ola de contagios, también un auténtico tsunami de pobres. La brecha social se ha ensanchado y ha situado al borde de la subsistencia a miles de familias que deben sopesar si pasar frío o hambre. El caso ... es que pase algo o que pase siempre lo mismo. Como cuando enciendes la radio por la mañana y te dicen que la luz alcanza un máximo histórico. ¿Pero si el máximo se alcanzó ayer? En fin, la cuestión es ser líderes en algo y el colmo, no hacer nada para remediarlo.
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Poner en marcha la caldera o vestirse cual esquimal, cenar con la lámpara encendida o a la luz de las velas. La disyuntiva es delirante y ante todo, injusta. Pero somos España y nos gusta sacar pecho, pero no asumir responsabilidades que para eso están las oenegés o las entidades locales. La radiografía de lo que está ocurriendo en Valladolid la encontramos en el análisis de las ayudas municipales para combatir la pobreza energética.
Han crecido exponencialmente al ritmo de la crisis sanitaria y del incremento de los precios. En 2022 todo seguirá siendo más caro: la luz, el gas, los peajes y la vivienda.
La pobreza es directamente proporcional al encarecimiento de la vida. Pero siempre he pensado que no es más pobre el que menos recursos tiene, sino el que teniéndolos no los proporciona, no los comparte y permite con su insolencia que paguen justos por pecadores.
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