Secciones
Servicios
Destacamos
Los países del Este de Europa que ingresaron en la Unión Europea en las dos últimas ampliaciones (la del 1 de mayo de 2004 cuando se incorporaron República Checa, Chipre, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta y Polonia, y la de 2007 cuando ingresaron ... Rumanía y Bulgaria) no han terminado de aclimatarse al viejo espíritu de la UE, probablemente porque fue muy súbita la transición entre la pertenencia al Pacto de Varsovia y su ingreso en el mundo occidental, con sus valores y principios democráticos innegociables.
Lo más grave que nos ha sucedido a modo de amenaza a la estabilidad de la Unión es la actitud de Hungría al rechazar la prevalencia del derecho comunitario sobre el interno, tesis que ahora comparte también, al parecer, Rumanía, como un síntoma más de su descomposición interior. Queda mucho por hacer en este campo si se quiere evitar la ruptura de la UE sin claudicar en los principios, pero no quedaría más remedio que abrir un cortafuegos si Hungría y Rumanía, a los que puede adherirse fácilmente Polonia, no aceptan que la Unión no es simplemente un club a la carta.
Pero aunque, tras el 'brexit', ya un hecho consumado que hay que asumir sin más objeciones, estas conductas díscolas constituyan los problemas más llamativos de la UE, quizá más grave a largo plazo sea la creciente fragmentación. Fragmentación que tiene un origen nacional (en la mayoría de países la fractura de los partidos es un hecho) y que se manifiesta claramente en las instituciones europeas. Constituciones que hasta ahora no han acusado más dificultad que antes al consumar sus actuaciones pero que sí complican los debates y amenazan con acabar provocando inestabilidad.
Bernardo de Miguel, basándose en unas opiniones de Ignacio Molina, investigador en el Elcano y profesor en la Autónoma de Madrid, ha puesto de manifiesto algunos datos muy expresivos: entre febrero de 2020 y diciembre de 2021, han cambiado 10 de los 27 presidentes de Gobierno que se sientan en el Consejo Europeo. Que en el Consejo Europeo actual solo se sientan seis de los 27 miembros (sin contar al Reino Unido) que había a finales de 2016 (año del referéndum del 'brexit'). Tras la salida de Angela Merkel, el más veterano ha pasado a ser el húngaro Viktor Orbán, que llegó al poder en 2010, solo unos meses antes que el holandés Mark Rutte, el segundo líder más resistente.
Y que hasta los años noventa el Consejo Europeo estaba formado por «líderes estables, con mandatos electorales muy amplios». En la era de Helmut Kohl o François Mitterrand apenas había relevos en las sillas del Consejo «y eso permitía establecer lazos de confianza y acuerdos que ahora son casi imposibles porque la continuidad es muy dudosa». Asimismo, «durante los tres primeros años y medio de Felipe González como presidente del Gobierno español, solo cambió el primer ministro de Italia. Durante los tres años y medio de Pedro Sánchez, ha cambiado un tercio de los 27 miembros y el primer ministro español ya es casi uno de los veteranos».
Todo indica que existe un correlato entre este fenómeno y la fragmentación interna de las fuerzas políticas. En Francia se ha pasado de cuatro grupos parlamentarios al legar Mitterrand en 1981 a los nueve actuales. En Alemania, los dos grandes partidos, CDU/CSU y SPG sumaron caso el 82% de los sufragios en 1987, y en las elecciones del pasado septiembre no llegaron al 50%. En España, se ha pasado de un bipartidismo imperfecto a un pluripartidismo complejo.
La fragmentación tiene dos causas: el desprestigio de los gobiernos occidentales que no han sido capaces de evitar ni de gestionar las dos grandes crisis, súbitas e inesperadas, que hemos padecido desde 2008, y la mayor sofisticación de la oferta -el efecto Spotify- que permite a los ciudadanos optar por formaciones mucho más ajustadas a sus preferencias.
Todos estos movimientos son espontáneos, y no resultaría fácil influir en ellos para proponer, por ejemplo, que las coaliciones se conviertan poco a poco en partidos, capaces de hablar establemente con una sola voz. De cualquier manera, Europa está muy viva, se ha demostrado muy útil en la crisis sanitaria (pese a los fallos e imprevisiones iniciales) y la ciudadanía es consciente de que el futuro será mucho más accesible si luchamos por él los europeos juntos y no por separado.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.