Secciones
Servicios
Destacamos
De pegar la hebra al amor de la lumbre y al amparo de Pedro Gutiérrez Moya en la dehesa salmantina de Espino Rapado con toreros, vaqueros y mayorales, a una plática reposada con la gente de la charrería jalisciense en el rancho El Aguacate, de ... Octavio Casillas, en Tepatitlán, en el mero mero de los Altos de Jalisco, tercia a la vez mucha y poca distancia: mucha, en cuanto a la inmensidad del océano que geográficamente separa a España de Hispanoamérica; ninguna, por cuanto toca al español que nos une y la cultura compartida.
Qué España tan mexicana o qué México tan español. Así por los adentros de la comarca de Ledesma como en lo más hondo de la charrería jalisciense no hay donde poner los ojos, abrir las entendederas y fijar la atención que no constituya motivo de alborozo, un alborozo intensificado cuando poco a poco se van aclarando (y disfrutando) las diferencias. Porque el castellano de aquí y el 'castilla' de allá son «lo mismo no más que diferente», como el Pana explicó a un novillero de alternativa.
Junto a mi cuate el doctor Raúl Vargas, político de izquierdas y taurino con solera que preside las asociaciones en honor de León Felipe y Pedro Garfías, e invitado por el ganadero Octavio Casillas, asistí el pasado domingo a una corrida en El Centenario de Tlaquepaque, en la que el rejoneador Andy Cartagena y dos diestros locales, Julio de la Isla y Arturo de Alba, se midieron con astados de San Constantino, puros saltillos mexicanos, y La Concepción/Cerro Viejo, legítimos teófilos (de Teófilo Gómez, ganadero histórico). Cada día me siento más a gusto en las plazas de pueblo y en esta ocasión fue como si a la vez me impartieran una lección de tauromaquia y una clase práctica de sociolingüística.
Frente a un toreo despegado, la recriminación dulce de «no más se lo dejaba afuerita»; para crítica de temblores, «nunca le agarró confianza»; en reproche de un traje de luces gastado, «necesitaba una manita de gato», y «órale el boterito», para ponderar el par magnífico de un banderillero entrado en carnes que sobre las advertencias a «ojo pelao» de sus compañeros «cachoreó» a «Milagritos» sin muestra de «tragar camote».
Qué bien suena el habla tapatía en las pláticas rancheras entre tortas ahogadas, tacos de carnitas, virotes y birrias en salsa de jitomate con cheve y tequila. Qué maravilla la del español mexicano.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.