No estoy de acuerdo con quienes consideran que uno de los grandes problemas de nuestra época son las redes sociales, donde cualquiera se erige en altavoz de sus propias paparruchadas, como advirtió Umberto Eco: «le conceden el derecho de hablar a legiones de idiotas que ... primero hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad, y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel». Con la pandemia, me temo, la situación es incluso peor que cuando vivía Eco, pues entonces perduraba la alternativa del parlanchín espontáneo, mientras que ahora no se permite a nadie acercarse a la barra y además se recomienda mascarilla permanente y no hablar en voz alta. Siniestro total.
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En cualquier caso, el problema de las redes sociales no es tanto de calidad –lo diga Agamenón o su porquero– sino cuantitativo. «Por bien que se hable, cuando se habla demasiado, se acaba siempre diciendo tonterías» (Alejandro Dumas), que es una manera elegante de reformular el viejo adagio castellano «Quien mucho habla, mucho yerra». Frente a los medios de comunicación impresos o digitales que aspiran a un pluralismo 'equilibrado' y ofrecen información contrastada y opiniones libres, las redes sociales han abonado el crecimiento exponencial de una 'selva' tupida de cuentas y sitios web cuyo principal y único fin son la multiplicación del caos (a río revuelto, ganancia de pescadores), la manipulación sostenida, la propaganda tenaz y la posverdad. El imperio del odio, de los bulos y del disparate; factorías donde los 'bots' políticos funcionan a destajo.
Lo inquietante es que cada vez más ciudadanos escojan la visión mediatizada del mundo que genera las redes sociales. Llevando sus anteojeras, recurriendo a sus 'filtros', se hacen imposibles realidades complejas, poliédricas, con matices. Sin el contrapeso de otras fuentes de información y opinión, únicamente disponemos de un ventanuco con cristal monocolor para mirar la vida.
Sin embargo, insisto, las redes sociales creo que no constituyen por sí mismas un problema irresoluble. Igual que el cuerpo humano aprende a inmunizarse frente a los virus que le atacan, la sociedad también va aprendiendo a 'convivir' con el riesgo y los contagios que ellas provocan. Y de igual forma que los panfletos y libelos perdieron históricamente virulencia a medida que la población se consideró mejor informada y proclive a opiniones más plurales, nuestra sociedad está aprendiendo a 'vacunarse' contra los excesos de la propaganda y del populismo, contra la 'dinamita pa los pollos'. Es cierto que algunos episodios parecen desmentir dicha tendencia. Episodios como los protagonizados por Trump, quien el último día de campaña recurrió a su cuenta de Twitter en 75 ocasiones para que un ejército de fieles multiplicara al instante sus falsedades sobre los comicios, según contaba ayer en estas mismas páginas Luis Anarte. La gota de agua horada la roca no por su fuerza, sino por su constancia. Pero también hay caudales que pueden cortarse.
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