Una de piratas

Pongamos al caso las presunciones de inocencia que ustedes quieran pero, de confirmarse esta corruptela o la del adulterado sobrecoste de la Perla Negra, resulta inaudito que nadie entre las bambalinas del poder se percatara del viento fresco que corría en esa isla del tesoro que era la Consejería o, peor aún, que se mirara para otro lado. Y es que el desparpajo con las licencias fue tal que más parece que ostentaran patente de corso en el mar Caribe.

Aún comulgando con las ruedas de molino de los que sostienen que allí campaba don Juan Palomo y que los acusados hacían la guerra por su cuenta, dónde queda la culpa 'in eligendo' o 'in vigilando' y demás latinajos al uso que alicatan la ética y la credibilidad en la Función Pública.

Ya estamos curados de espanto y con los años uno se hace más escéptico y menos ingenuo, por eso me malicio yo que en el argumento de estas tramas nos equivocamos de relato. Este no es el de Aladino sino el de Alí Babá. El cuento de nunca acabar.