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Unos amigos míos viven en Parquesol. Tienen un piso soleado y disfrutan de unas vistas estupendas, aunque ellos apenas se fijan porque el panorama es siempre el mismo. Se lo compraron al poco de casarse, con veintitantos años y unas piernas poderosas que hacían ... sencillo y hasta cómodo subir andando, incluso con la cesta de la compra en el regazo y una bombona de butano al hombro.

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Siempre que íbamos a verlos nos enseñaban la casa y, sobre todo, el panorama urbano que todavía se extiende a sus pies. Nosotros, los invitados, aguzábamos el ojo poniendo la mano a modo de sombrilla para descubrir la catedral, mientras ellos se regodeaban presumiendo de vistas.

Treinta años después de aquella época de envidia mis colegas están jubilatas y les cuesta un huevo de la cara subir a pie tirando del carro de la compra. Es verdad que hay autobuses, pero cuando tardan en llegar el trecho entre la gasolinera de la carretera de Salamanca y el portal del piso de sus sueños requiere un esfuerzo considerable.

Ni que decir tiene que desde aquella casa se sigue viendo el mar los días claros, pero la cuesta empinada recuerda más al Camino del Calvario. En su ayuda ha salido el Ayuntamiento poniendo ascensores, lo cual es muy de agradecer porque Parquesol sigue estando donde estaba y casi todos los pioneros que se asentaron allí cuando eran unos mozos hoy tienen las rótulas pidiendo a gritos una aceitera.

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