José Ibarrola

La peste

Rincón por rincón ·

«Y así la atención primaria se colapsa, los hospitales siguen sumando ingresos y los muertos procesionan hacia el cementerio ante la apatía y la indiferencia política»

J. Calvo

León

Lunes, 3 de enero 2022, 07:39

Apenas tres días antes de que el presidente del Gobierno decretara el estado de alarma en todo el país y el confinamiento masivo de la ciudadanía, mi octogenario padre abandonó su céntrico piso en la capital para trasladarse al pueblo que le vio nacer.

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Allí ... estaban sus recuerdos, los de su familia, la historia de generaciones entregadas a la labor y el trabajo diario con honradez ejemplar y las cenizas de su mujer.

–«Me marcho, viene la peste», apenas comentó.

Su razonamiento era el de la lógica rural, mucho más interesante que las sesudas reflexiones de la clase política o las medidas de urgencia adoptadas para el sistema sanitario.

Allí, alejado del mundanal ruido, escondido en la trinchera de una vivienda levantada con sus propias manos, era mucho más difícil ser cazado por un virus letal para las personas de su edad.

Durante cerca de dos años convirtió aquella casa en un búnker tímidamente asaltado por una parte de su familia e infranqueable para todo aquel que él sintiera ajeno a su espacio de seguridad. Eran tiempos difíciles y con ese convencimiento debía responder.

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Desde allí, sin dormir algunas noches, apesadumbrado otras, incrédulo en ocasiones, pudo comprobar cómo la pandemia pasaba de largo. Eso sí, con ella se llevó a algunos de sus amigos y conocidos, al mismo tiempo que dejaba un enorme rastro de secuelas.

Apenas hace unas semanas la familia celebró su regreso a un piso no habitado desde su precipitada fuga. Aquello, realmente, era un síntoma de nueva normalidad. Fue una celebración conjunta la de quienes le vieron sonreír de nuevo en su entorno y la propia del hombre que, tras una eterna temporada de ausencia, podía saludar a sus vecinos y pasear al centro de la ciudad sin el temor a ser devorado por el virus.

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Ese tiempo de ya desconocida felicidad apenas ha durado unas semanas. Las justas, en realidad. Un margen finito que le ha permitido reencontrarse con las rutinas y los espacios perdidos durante una terrible pandemia. La peste, ya se sabe.

Apenas hace unas horas, como ocurriera antes de escuchar el primer discurso del presidente Sánchez, el octogenario padre ha decidido que es momento de escapar de nuevo.

No, ésta vez no es la misma peste. Ahora huye de una clase política que le ha dado la espalda, que se ha olvidado de él y de todos los que se fueron «con los pies por delante y en una caja de pino».

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Escapa de quienes no toman decisiones porque no piensan en la salud, ni en la sociedad, y que solo hacen cábalas como ruines especuladores sobre los réditos electorales que esta o la otra medida les puede ofrecer.

Mientras él hace la maleta, algún político se acaricia el mentón y algún otro se rasca la barriga, sin pensar en las consecuencias de su indolente comportamiento, de su falta de seriedad y de la ausencia del más mínimo compromiso con sus gobernados.

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No sirve el discurso de la apuesta por la economía, eso es una trola estúpida, infantil, impropia. La economía se reactivaba con fortaleza cuando las medidas de control a la pandemia eran aplicadas con coherencia y certeza. Ahora, sin embargo, solo se actúa en base a la próxima encuesta electoral y a los miedos propios de quien no sabe o no quiere tomar decisiones que puedan limitar la vida social.

Y así la atención primaria se colapsa, los hospitales siguen sumando ingresos y los muertos procesionan hacia el cementerio ante la apatía y la indiferencia política. Mientras, algunos huyen para salvarse. Primero escaparon de la peste sanitaria y ahora lo hacen de la peste política. A cada cual peor.

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