Ángel Gabilondo es una persona solvente y brillante, como lo acreditan su currículum de alcurnia y el hecho de haber ganado las elecciones madrileñas en 2019. Es evidente que su figura, sus hechuras, su porte, su talante no se corresponden con los del agresivo ... líder que al parecer ofrece el estereotipo idóneo del jefe de partido ideal. Pero resulta imposible pensar, en beneficio de la inteligencia de los madrileños, que su aplomo, su sobriedad, su cultura universitaria y su elegancia intelectual le hayan supuesto algún impedimento.
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Las razones del batacazo que ha recibido Gabilondo, en una lid electoral muy enconada, que desde el principio se vio que no versaría sobre las políticas reales sobre Madrid, no se ha debido, pues, a la peculiaridad del candidato socialista, al hecho de que este espécimen extraño de la política escriba sus propios libros, piense en el sentido más cabal del verbo y sepa hacer otras cosas además de desarrollar idearios y argumentarios ajenos.
El desastre se ha debido más bien a la estrategia que le ha venido impuesta -no me importa si fue desde Ferraz o desde Moncloa, este es un problema del PSOE y no del electorado- y que ha mermado desde primera hora su credibilidad. Por alguna razón ignota, quienes marcaron esta estrategia creían que todavía Ciudadanos tenía opciones de seguir siendo una fuerza importante -en 2019 fue la tercera fuerza en Madrid, con más de 19% de los votos y 26 escaños-, sin ver que las elecciones generales de noviembre de 2019 y más tarde las catalanas de 2020 evidenciaban que el viraje de Albert Rivera frenó en seco el partido, matándolo de una vez y para siempre. La gente no es tolerante ante el engaño descarado.
En definitiva, Gabilondo flirteó primero con Cs mediante una crítica simétrica a los extremos, para él ambos demasiado radicales, lo que le hacía marcar distancias con Podemos, y solo a partir del debate, cuando era patente que las encuestas dejaban fuera de la cámara a Cs, hizo Gabilondo el guiño a Podemos, que era el único creíble, puesto que ambas formaciones, la suya y la de Pablo Iglesias, ya gobiernan en coalición en el Estado. Quizá para Gabilondo la compañía no era del todo grata, pero ya no era momento de variarla si no se quería desorientar a la audiencia.
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Hubo más errores, pero uno fue especialmente visible: la pertinaz insistencia con que Gabilondo afirmó en campaña que no subirá impuestos en los dos años que quedan de la legislatura. Se dio el caso de que cuando el socialdemócrata Gabilondo aseguraba aquellas cosas, Biden ya había explicado que los más de dos billones de dólares que costará la reconstrucción de las infraestructuras obsoletas serán pagados allá mediante subidas de impuestos: se subirá el impuesto de sociedades, y se elevará la tarifa del IRPF de los contribuyentes que ingresen más de 400.000 dólares anuales. Hoy no conviene subir todavía aquí los impuestos para poder crecer, pero es evidente que los ingresos de Madrid son insuficientes para financiar unos mejores servicios públicos. Y eso debía haberlo dicho el PSOE sin contemplaciones ni reservas.
Esta posición, también «centrista», se adoptó al mismo tiempo que se publicaba que la sanidad madrileña es la peor financiada de España y que la educación es la que más segrega de todos los países de la OCDE. Es decir, el no tocar impuestos significaba conformarse con lo que había, condenar a los madrileños a consolidar la desigualdad.
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Todo esto desanimó y desincentivó a los electores potenciales del PSOE de Madrid y los lanzó en parte en brazos de Ayuso, quien realizó el descubrimiento intuitivo de que lo que quería la gente era en realidad desprenderse anárquicamente de la pandemia aunque no se hubiera terminado todavía. Y le prometió lo que quería: la ansiada libertad, al precio que fuese (algún día habrá que contar ese suplemento de muertos que ha costado la demagogia). Por esa razón, por la demagogia de la libertad, quizá Gabilondo no hubiera ganado en ningún caso. Pero era imposible intentarlo siquiera renunciando de antemano a las señas de identidad, a los socios naturales y a los principios.
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