José Antonio de Santiago-Juárez y Óscar Puente, en una imagen de 2019. Henar Sastre

Pelea de gallos tuiteros

EL ÓXIDO DE LOS DÍAS ·

«Los representantes públicos deberían ser los primeros en huir de esa agresividad dialéctica, de esas expresiones chulescas y de esa soberbia»

José F. Peláez

Valladolid

Jueves, 23 de febrero 2023, 00:28

Puente Santiago y De Santiago Juárez se enzarzan en un 'beef' tuitero, se llaman el uno al otro 'chapucero', 'paleto', 'paletillo', 'vago', 'incompetente', se dicen que «qué pena das» y, en definitiva, se comportan como dos raperos en una pelea de gallos en Skid ... Row. Peor aún: como Belén Esteban y Jorge Javier en el plató de 'Sálvame'. Y no pasaría nada sino fuera porque, con esa actitud, avergüenzan a la ciudad. A diferentes niveles, todo hay que decirlo, porque De Santiago Juárez solo representa a sus votantes. Pero Puente Santiago representa a todos los vallisoletanos. Y esto no es Puerto Hurraco ni Saint-Denis. Esto es Valladolid y se espera mucho más. No se confundan, esto no va de ideologías –Saravia, Sánchez y Bustos son impecables–, sino de educación y de talla contra la arrogancia de los que creen que, a base de 'zascas' y 'contrazascas', se ganan a la opinión pública con su 'autenticidad'. Pero que, en realidad, solo consiguen que nos acordemos de Jesús Gil.

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Debería existir una ley que prohibiera el tuiteo por impulso a los representantes. Porque no es tolerable que se traten entre ellos –y menos aún al resto– de una forma tan macarra. No podemos normalizar que se insulten con esa vulgaridad ni que se desprecien públicamente con unas formas tan arrabaleras como las que hemos visto estos días en Twitter y de las que me entero por 'El Norte'. Valladolid está por encima de estas formas, muy por encima. O, dicho de otro modo, con esa actitud ni uno ni otro demuestran estar al nivel de la ciudad. Una cosa es la lógica confrontación política y otra la descalificación personal y el matonismo digital continuado. Twitter es una calle que huele a pocilga y que nada tiene que ver con la vida real. Y los representantes públicos deberían ser los primeros en huir de esa agresividad dialéctica, de esas expresiones chulescas y de esa soberbia. Y lo peor es que todos callamos, quizá ya hemos bajado los brazos y cerrado los ojos y simplemente asumimos que es lo que toca y que la política municipal tiene los mismos códigos que Sálvame. Que ya solo les falta decir: «Mira, bonito, te voy a decir una cosa para que te quede muy clarita, ¿me entiendes?».

Yo creo que la gente bien construida no habla así de nadie en público. Tampoco en privado, claro, pero, en la intimidad, pueden tratarse como les venga en gana, allá cada cual. Pero, en público, no. Entre otras cosas porque hay niños mirando y fijándose en los que se supone que tienen las máximas responsabilidades y nos representan. Pero también por los mayores. Dudo mucho que, cuando luchaban por la democracia, pensaran en este espectáculo. Es necesario volver a las buenas maneras, al respeto y a la educación. A los modales, a la elegancia en las formas y a la grandeza en el trato, porque eso es lo que marca quién eres. No es la cuna, el apellido o el dinero lo que define a una persona. Tampoco es la posición o el cargo que tiene en un momento dado. Lo que define a una persona es su comportamiento con los demás, su educación. Especialmente con los rivales. Y más aún cuando tienes un cargo y esos 'rivales' son representantes de los ciudadanos. La educación forja a la persona, mientras que la maldad se reboza en el estiércol. Por eso hay que evitar el estiércol a toda costa. Quiero pensar que en el trato personal nunca se dirían esas cosas. Por lo tanto, puede que el problema sea ese arma que tienen entre las manos, ese Twitter que carga el diablo, que polariza y que les hace borrar con el codo lo que escriben con la mano.

Empieza la campaña y se huelen los nervios, pero les sugiero a todos que hagan un esfuerzo. Y digo 'todos' porque hoy han sido ellos, pero otra vez es Gallardo, o Igea, o Pablo Fernández. Y, de verdad, queda fatal, aunque los 'barras bravas' del partido lo jaleen. No pedimos ejemplaridad ni perfección. Solo que, al menos, nuestros políticos guarden la navaja y defiendan lo que quieran, pero con el florete. Y que no nos hagan sentir más vergüenza. Que hay niños –y mayores– mirando.

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