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Está comprobado: resulta muy difícil cambiar una situación política, social o económica que parece consolidada por mucho que los votantes lo hayan expresado en las urnas. La campaña desatada contra Pedro Sánchez lo ratifica. Empeñado en abrir horizontes de cambio, con el respaldo de Unidas ... Podemos, sus adversarios lo califican de traidor, de mentiroso compulsivo. Sostienen que su única pretensión es agarrarse al sillón presidencial a costa de pactar con «comunistas» (¿dónde se esconden?) y de preparar un Gobierno de sedición con la abstención de Esquerra Republicana.
La última afirmación responde a la diputada del PP por Barcelona, Cayetana Álvarez de Toledo, que Pablo Casado bien podría no renovarla como portavoz parlamentaria y sustituirla por la expresidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor. Para provocar ya están los voceros de Vox.
La diputada pontevedresa ha demostrado ser una política conservadora lúcida, solvente y respetuosa con el adversario. Si no, que le pregunten a ella si calificaría a Pedro Sánchez de «impúdico y descarado», de practicar «un ejercicio hipócrita de travestismo político», de «fraguar un Gobierno de sedición».
Mientras resuena el eco de unas terceras elecciones, que pone los pelos de punta, muchos rechazan darle la oportunidad a ERC de demostrar si es capaz de asumir compromisos alejados de posiciones radicales, al menos para la investidura de Sánchez.
Medio centenar de parlamentarios históricos de las Cortes Constituyentes, de ideologías diversas, han reclamado que el nuevo Gobierno no dependa de quienes pretenden romper la unidad de España. Una muestra más del olvido en que ha caído el consejo del filósofo y ensayista vasco Daniel Innerarity: «Sería mejor desentonar un poco con la propia cofradía y buscar los puntos en los que el adversario parece razonable».
Por si fuera poco, a la campaña generalizada de acoso y derribo a Pedro Sánchez se han unido voces de quienes en su día fueron eficaces gestores socialistas, como Joaquín Leguina o José Rodríguez de la Borbolla, expresidentes de Madrid y de Andalucía, y otros políticos clave en el pasado del socialismo. Erigidos en portavoces de la España que reúne, proclaman su total desconfianza ante las perspectivas de gobierno que se negocian, calificándolo de gravísimo error político. La posición de José Luis Corcuera, ministro de Interior con Felipe González, que más tarde se dio de baja en el PSOE por no soportar al nuevo secretario general elegido con un apoyo masivo de las bases, supera todas esas críticas. En una breve intervención televisiva reciente, calificó al menos seis veces a Sánchez de mentiroso, mientras lo alternaba con la descripción «es un político sin escrúpulos».
Ocurre que las críticas vertidas desde el despecho o el ostracismo suenan a revancha.
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