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Agua y clima mantienen y alertan la tierra desde los orígenes. Las glaciaciones modelaron la superficie del planeta, alteraron la vida y cambiaron civilizaciones. Regularon mares, continentes, raudales, temperatura, relieve y paisaje. Al retroceder el hielo, ganaron ríos, terrazas y valles, cambiaron niveles marinos, hubo ... nueva flora y fauna. La memoria y los refranes aprendieron la conexión de agua, sol y hombre. Hoy el calentamiento global derrite otra vez glaciares y cambia el clima.

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Esto impone al Estado una gestión solidaria del agua, cuna de vida, consumo y salud. Tratarlo como un bien común, sin que un poder la acapare, sin propiedad privada, sin que región alguna se apropie del río, sin que la energía destruya naturaleza, sin que nadie especule terreno inundable. Las Confederaciones Hidrográficas deberán respetarlo, limpiar, asegurar y hacer solidaria toda cuenca fluvial. Las Autonomías no deben dividir el mapa fluvial español, han de unirlo con trasvases como el Tajo/Segura.

Desde el diluvio, se interpretó el agua con mitos y religión. Los truenos como ira de Zeus, las sequías castigo de los dioses y las inundaciones purga divina. Los campesinos hicieron ritos y rogativas. Hace 4200 años Mesopotamia sufrió una sequía de tres siglos. El ciclo de inundación/emergencia/cosecha del Nilo generó un nilómetro para predecir cosechas e impuestos. El frío del XIV causó hambruna medieval, rompió vecindades, encareció el pan y creó almacenes comunales. Las sequías del XVII causaron migraciones, graves conflictos y prestaron grano en arcas; pero desde entonces previeron desastres con barómetro y termómetro. Ya en el XVIII Londres y París controlaron excesos con meteorología científica. En el XIX un enfriamiento empobreció América, Irlanda y Suiza. Pero The Times inventó pronósticos del tiempo. Cambiaron caballos por bicis. Las ciudades marcaron señales de inundación, crearon diques, canales, abastecimiento y desagües. Londres domesticó el Támesis, París el Sena y Viena el Danubio.

También el Mediterráneo aprendió lecciones históricas. La Huerta de Murcia tuvo un Consejo de Hombres Buenos para juzgar el uso del agua. Valencia respetó el Tribunal de les Aigües para repartir el agua de las acequias entre los regantes. Procedía de romanos, se acrecentó con los árabes y lo ratificó Jaime I.

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Un diluvio inundó Barcelona en 1862 con aguas por las calles embravecidas, arrastrando carros, muebles y personas. Cerraron rieras abiertas, urbanizaron ramblas, alcantarillaron y midieron con ingeniería hidráulica. También sacaron la procesión de la Merced que aún continúa.

El Mediterráneo concentró trágicas riadas. Ya en el XX, Blasco Ibáñez vio en Cañas y barro cómo la crecida valenciana inundaba pueblos, arrastraba puentes, arrasaba campos y mataba vecinos. Con razón criticó a gobernantes por no cuidar barrancos para contener riadas. En Valencia murieron 144 en 1957, el Llobregat y Besós en 1962 mataron 617, en 1973 murieron 400 en Nogalte, la riada de Tous de 1982 ahogó 30, en 1996 Biescas sufrió 87 muertos, el calor máximo del verano levantino asfixió a miles en 2003. La dana de 2024, nacida del calentamiento del Mediterráneo (28,5º), arrojó en Chiva 491 litros/m2 en ocho horas, diez veces el Ebro, la lluvia anual de la zona. En 80 municipios 222 muertos, destrozadas 75000 viviendas, 120000 coches, 7000 negocios, ancianos caídos y niños sin cole. Se fijó en la memoria el miedo a un barranco aterrador.

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Dice la Org.Meteor.Mundial que entre 1970-2019 el cambio climático causó desastres de agua (el 50% de todos), mató a 1,3 millones (50% de muertos) y generó el 74% de las pérdidas económicas.

Todo desastre es una crisis que requiere reacciones para prevenir y no culpar. Los terremotos enseñaron a construir. Las epidemias provocaron las vacunas de Jenner en el XVIII. El cólera del XIX generó servicios municipales de sanidad, asistencia pública domiciliaria, higiene, enseñanza y cementerios. La gripe de 1918 generalizó vacunas y apareció la penicilina. ¿Enseñarán las gotas frías a asegurar las ramblas?

Como los negacionistas, muchos políticos no han entendido que este cambio climático amenaza el futuro de las ramblas. Echan la culpa de la riada a su político enemigo, sea Sánchez, Ribera, Mazón o Pradas. Como niños pelean en el recreo electoral por las canicas de votos, bulos y acusaciones. No muestran democracia madura, ni sentido de Estado, ni valor solidario del agua común. Además de 222 vecinos, fueron arramblados políticos inmaduros de ambos partidos.

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La tragedia no entiende de ideologías, ni partidos, ni autonomías. Debe ser rápida y primera la respuesta unida y colectiva del Estado, lo cual no ha sucedido. Los desastres naturales necesitan coordinar autoridades estatales, autonómicas y locales. Las Autonomías suelen enfrentarse al otro partido estatal y viceversa. Fue un mal tropiezo el desprecio populista del salvapueblos (como los mesías Trump o Milei) contra los políticos.

Necesitamos políticos e instituciones maduras y solidarias, que coordinen y aseguren las cuencas y el agua fluvial en España. Las Confederaciones Hidrográficas deben consultar geólogos, físicos, geógrafos, urbanistas, ingenieros, sociólogos e historiadores para asegurar ramblas arriesgadas. Deben alcanzar acuerdos solidarios para complementar los diferentes climas de la península, corregir políticas regionales insolidarias y evitar catástrofes. Más que reconstrucción, hay que corregir la construcción inundable y la explotación de ramblas.

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La historia enseña asegurar barrancos, no construir ramblas y solidarizar cuencas y aguas de la península.

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