Como era de esperar, no me ha tocado la Lotería y tendré que conformarme con una pedrea de veinte euracos, y el reintegro de otros cuatro más uno de impuesto revolucionario de la Muy Reverenda Asociación de Adoradores Diurnos, que compré este verano en una ... gasolinera. A veces me gusta fantasear imaginando qué haría si pillara un premio de casi dos millones como el que dejó anteayer la Quiniela a un paisano, o los 144 que cayeron en Mayorga este año pero, además de no tener suerte, no me aclaro entre tanta rifa. A ver, el sorteo de Navidad es facilón porque suele celebrarse siempre el mismo día, y el soniquete se oye desde que amanece hasta que se descorchan las primeras botellas de cava en plena calle, que hay que tenerlos bien puestos para meterle un sorbo al espumoso a media mañana agitando los brazos para salir en la tele dando brincos.
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Pero soy incapaz de distinguir el Cupón diario del Cuponazo, el Sueldazo del Eurojackpot, pasando por el Triple y otros señuelos inventados por la Once. Como también me cuesta descubrir las diferencias entre los Euromillones, la Primitiva, la Bonoloto, el Quíntuple Plus o el Gordo, explotados todos ellos por el organismo Loterías y Apuestas del Estado, que nos arrastra a la ludopatía.
No me extrañaría que con tanto lío de sorteos me haya tocado el Gordo más de una vez, aunque es casi seguro que los resguardos han ido a la papelera. Por no mirar.
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