Tiene dos virtudes que se echan de menos en el presente panorama político y que le han ayudado en sus locales éxitos electorales. Concita siempre a la unidad y al cierre de filas (en su última campaña invocó a Rajoy, a Aznar, a Fraga…) y ... muestra en la liza política un buen estilo que es la antítesis de ese fuego amigo que es ya una habitual práctica en su partido y con el que andaban jugando, hasta que se han quemado, Casado y Egea, como dos colegiales que tramaban incendiar el colegio. De hecho, Feijóo no ha dado antes el paso al frente que da estos días por temor a esos pirómanos.
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La gran objeción a Feijóo es su doctrina del perfil bajo, que se parece demasiado a la del marianismo y en la que él ve una fórmula mágica, aplicable a todo el país, porque le ha ido bien en Galicia. Pero Galicia es una excepción en el mapa español. Y lo es incluso en su nacionalismo, que, si en su día tuvo una efervescencia mimética de los modelos catalán y vasco, se encuentra muy lejos de la virulencia de éstos. Ello es debido a que en esa parte de España no se ha producido una industrialización agresiva como la que ha conformado al actual País Vasco y a Cataluña. Para que cobre verdadera fuerza un nacionalismo étnico es necesaria una inmigración que inspire rechazo en la población autóctona y que, para eludir ese mismo rechazo, aspire, paradójicamente, a asimilarse con esta última en su ideario xenófobo. Esta paradoja, de la que se han nutrido los nacionalismos vasco y catalán, no ha sido posible en una sociedad como la gallega de carácter rural y conservador. Y a la ausencia del factor industrial se añade la de la riqueza que éste conlleva con su arrogancia y su señoritismo implícitos, que suman al prejuicio xenófobo y al supremacismo racial el menosprecio clasista del otro.
Si en el plácido contexto gallego el perfilbajismo puede sintonizar con el electorado, la España de hoy, resacosa aún del tedio marianista y asediada por la alianza de los populismos nacionalistas y postmarxistas que sostienen al sanchismo, reclama un centroderecha beligerante, que a día de hoy no está representado por Feijóo, sino por Ayuso. Resulta llamativo que lo que no lograron Casado ni Egea –cuestionar el tirón electoral de la presidenta madrileña– lo están logrando unos aprendices de Tezanos que no son exclusivamente sanchistas y que repiten la consigna de que el éxito de Ayuso no es extrapolable al resto de España, como si el de Feijóo lo fuera. Repiten esa cantinela y niegan lo obvio: que Ayuso es el único freno que tiene el PP a la fuga del voto a Vox. Quizá en esa negación de lo evidente confluyen quienes, tanto desde la izquierda como desde la derecha, no desean que Vox decaiga.
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