No he visto ni pienso ver la serie realizada por una televisión sobre Rocío Carrasco, en que la hija única de la cantante Rocío Jurado y el boxeador Pedro Carrasco refiere la violencia de que ha sido objeto por una de sus parejas. Tanto la ... protagonista de la serie como su presunto maltratador -nunca fue juzgado ni condenado por dicha conducta- pertenecen a este grupo singular de 'personajes del corazón' que, sin poseer habilidad conocida alguna, se dedican a actuar ante las cámaras, refiriendo su intimidad real o inventada, en programas que consiguen por este medio gran audiencia. Tanto es así que un sector de ciudadanía, afín a esta clase de emisiones, termina creyendo que ese gremio de individuos que parasitan a la comunidad representa unas pautas de conducta estandarizables y paradigmáticas ya que obtienen popularidad -para muchos, un bien objetivo- y pueden vivir sin trabajar, cobrando apenas por ser ellos como son, o como quisieran ser, o como sus productores les indican.
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Los medios privados de comunicación audiovisual, que son legítimos negocios inobjetables en nuestro sistema de libertades, se dedican preferentemente al entretenimiento, y son muy dueños de emitir programas de esta naturaleza puesto que existe una importante demanda que se convierte en audiencia, que a su vez genera beneficios publicitarios. Para algunos televidentes, estos programas, que están a medio camino entre el impudor y el exhibicionismo, pertenecen a la categoría de la 'televisión basura' que no nos llama particularmente la atención y que, en general, nos parece una forma sórdida de consumir el ocio. Pero allá cada cual con sus gustos, en este y en otros campos. El proverbial optimismo sobre el género humano nos hace pensar a quienes experimentamos estas sensaciones negativas que la cultura mejorará la demanda social de la gente común, de forma que en el futuro el audiovisual habrá de ofrecer productos de más calidad para ganar dinero.
El conflicto surge -y de hecho acaba de surgir- cuando en un asunto trivial surgido en los platós de los 'personajes del corazón' se plantea un tema serio, delicado, que desborda la frivolidad y la inanidad y se configura como un posible ilícito penal. Rocío Carrasco, en concreto, ha denunciado en ese sinceramiento ante el público (naturalmente, muy bien retribuido) haber sido objeto frecuente, durante décadas, de maltrato, en especial psicológico, a manos de su expareja, que también formaba parte de ese círculo de privilegiados inútiles y que ha sido expulsado de él a raíz de las acusaciones de Rocío. La cuestión ha desbordado lógicamente el territorio de los programas del corazón y ha entrado en la vida política y en el terreno de los medios de comunicación social generalistas. Políticos/as encumbrados han aprovechado lo ocurrido para condenar la violencia de género y han elogiado la valentía de la denunciante.
Algunos, sin embargo, no hemos tenido empacho en sugerir que la violencia de género, una lacra repulsiva que afecta gravemente a nuestra sociedad, debe ser tratada en escenarios más serios que los de la prensa del corazón, en la que la clase política debería entrar lo menos posible para no confundir a la audiencia: el mundo de colores de la telebasura es irreal. Y desde luego, todo lo sucedido, incluida la opinión de alguna ministra, no ha conseguido convertir la banalidad en sustancia. Antes al contrario, la reflexión que procede ha de ser de los propios medios que emiten esta programación, que quizá no se han percatado de que han creado un verdadero monstruo, una sociedad virtual en que no regiría la cultura del esfuerzo, en que el dinero fluiría del exhibicionismo y en el que el conocimiento y la profesionalidad son valores estériles.
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Constato con satisfacción que algunas firmas periodísticas de prestigio, como la de Elvira Lindo, coinciden básicamente con esta posición, que al cabo consiste en pensar que el problema es demasiado serio como para cernirlo en el harnero de la frivolidad. Recuerda Elvira Lindo que estas emisiones han tenido un efecto benéfico: se han producido muchas denuncias a raíz de semejantes confesiones. Tiene razón. Pero ahora solo falta seguir persuadiendo a las mujeres maltratadas para que pidan socorro sin necesidad de fiar su redención a un 'reality' cutre.
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