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La vanidad es mala hierba que envenena toda huerta. El Eclesiastés nos advirtió contra ella. Correr en pos del viento... La Odisea nos narró sus consecuencias. Ulises no pudo tener la boca cerrada y, cuando huía de Polifemo, a quien había cegado, gritó: Soy Odiseo, ... di que ha sido Odiseo el que ha vencido. Puto bocazas. El gigante fue con el cuento donde su padre, Poseidón, y Ulises pagó cara su osadía. No era tan listo y tan astuto como se pensaba, el Mediterráneo fue la tumba de sus compañeros y regresó a casa viejo y cansado. Pero volvió, un hijo y una esposa le aguardaron cada día y aún conservó las fuerzas suficientes para tensar el arco y aniquilar a quienes le agraviaron.
La vanidad ciega hasta a los reyes, sean de Ítaca o de España. El Emérito se lía la manta a la cabeza y parte hacia los Emiratos. Al soberano que trajo la democracia nadie le dice dónde puede ir. Dos tazas de caldo. Yo soy Odiseo, hijo de Laertes. Democracia soy yo, la traje, la creé. A Ulises se le hizo duro el regreso, pagó caro su orgullo, pero Telémaco y Penélope le esperaban, pedían a los dioses que le perdonaran, a Zeus que levantara su castigo. ¿Se pueden establecer paralelismos entre Felipe VI y Telémaco? ¿Suspirará Sofía por la vuelta de Juan Carlos, tejiendo y destejiendo, en las calas mallorquinas, en el mismo mar que Penélope? ¿Se habrá cerrado don Juan Carlos las puertas de Ítaca al partir hacia donde nunca tendría que haber ido? No sé, pero La Odisea y el Eclesiastés son libros muy antiguos y nada aprendimos de sus errores, ni los hombres, ni los héroes ni los reyes. Nihil novum sub sole la suya.
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