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Confieso que tengo debilidad por los discursos de Pablo Iglesias. Me parecen casi tan sorprendentes como los del extinto Albert Rivera. Y superan con creces a los de Pedro Sánchez, que miente ciertamente con más ingenuidad, con menos aplomo. Me fascina lo que dice Iglesias ... sobre todo porque recuerdo muy bien lo que decía. Aunque no puedo probarlo, porque la mayor parte de aquellas cosas han sido eliminadas de Internet. En las casas ya no hay espacio para los libros ni para los documentos en papel. Así que la memoria que nos queda es la digital, que es democrática y se vota a golpe de clic.
Ahora que Pablo Iglesias ha dejado de utilizar la Constitución como breviario, porque estaría mal visto en la mesa de Cataluña, le ha dado por hablar a todas horas de la patria y lo patriótico. Descubrió que palabras como casta o fascista tenían ida y vuelta, como los boomerang, y se decidió por patria, que en euskera se dice 'abertzale'. Ahora solo hace falta saber a qué patria se refiere su corazón. De tenerlo. Quizás, para su trabajo como relator, lo que le vendría bien al vicepresidente segundo es un ejemplar del diccionario de la Real Academia Española. En pendrive. Hace años que también la docta casa, en aras de la democracia directa, ha aprendido a decir con una misma palabra una cosa y la contraria.
Cuando se habla en nombre de la patria, se tiene siempre gran predicamento. Por ejemplo: una vez que Iglesias logró convencer a su jefe de que cambiara la línea editorial sobre Venezuela, los efectos fueron inmediatos. A Guaidó le agredieron al llegar a su país. Y a su tío Juan José se lo llevaron a la DGCIM para hacerle un par de preguntas. Bastó que en el Parlamento español Juanito Alimaña, como le llama Diosdado Cabello, dejara de ser presidente encargado de Venezuela para quedarse en líder de la oposición.
Cuando se habla en nombre de la patria, además, se tiene ganada de antemano la batalla del lenguaje, que es la más peliaguda. Jordi Pujol inventó una lengua catalana en 500 palabras, la implantó en las escuelas y en los medios de comunicación y ahora véase el resultado. Lo decía el jueves Pau Guix en Valladolid. Ens odian. Ens roban. Y no ens matan de milagro. Así que por las noches salen por las calles de Cataluña las brigadas de limpieza de los constitucionalistas, a quitar esteladas y lazos amarillos. Es la patria que les queda. Es triste decirlo, pero en la Cataluña del siglo XXI, el único que es libre es el miedo. Miedo al extranjero. El que no tiene ADN catalán o el que viaja con coronavirus.
Si la patria de un escritor es su infancia, nos salvaremos mientras tengamos memoria. Pero si la patria de un escritor es su lenguaje, estamos perdidos. Contra la memoria y contra el lenguaje van siempre los salvadores de la patria. «Porque apenas si nos dejan decir que somos quien somos», que escribió Celaya. Y así, desmemoriado, el pensamiento de derechas se endurece, se enroca, se convierte e0n granito. Y el de izquierdas se licúa, se vaporiza, se olvida. Como dice Paco Porras, el inventor de la zanahoria: muerto Tip ya no quedan referencias morales. Pues eso.
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