Anteayer me susurraron uno de esos chivatazos que se sueltan entre dientes que me hizo saltar del sofá como si me hubieran puesto un 'cuete' y salir de casa a toda pastilla, convencido de que la diosa fortuna había llamado a mi puerta. El asunto ... estaba relacionado con el aviso que me pasó un buen amigo según el cual en el macrocentro de vacunación que me corresponde ponían vacunas sobrantes a última hora del día. Como me dijo que lo hacían para que no se estropearan una vez descongeladas, poco antes de las siete de la tarde, bien maqueado y con el brazo listo, me desplacé hasta el vacunódromo y comprobé con satisfacción que no había cola: es más, de hecho no había un alma. En el tramo entre el coche y la puerta del centro me fui remangando para no hacerle perder tiempo al sanitario que me tocara, que imaginaba harto de pinchar desde las ocho de la mañana.

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Cuando iba a empujar la puerta de acceso, apareció un empleado en traje de calle que me puso al hilo en un santiamén: «No es cierto que al acabar la jornada se repartan a esgalla las vacunas que sobran; eso es un bulo que corre por las redes sociales». El buen hombre me endiñó la estocada final con esta frase: «Además, usted, con la edad que aparenta, ya estará a punto de que le toque por su turno». Mi señora todavía está descojonándose del patinazo, y solo espero que el día que me toque de verdad no esté de guardia el mismo empleado.

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