Las patatas hacen huelga
El espigón de Recoletos ·
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«El pueblo profundo y maltratado monta el pitote cuando Europa recorta las ayudas al agricultor»Pensaban muchos que lo rural empezaba solo en los arrabales de las grandes urbes y que el hombre del agro era cosa del neo feudalismo. Y no. Todo empieza con el precio de la patata, que sigue subiendo. Según la Coag, se ha incrementado un ... 635%, seguida en esta carrera alcista de la cebolla, el repollo y el ajo, porque su importe aumenta exponencialmente entre origen y destino, al revés que con los maletines de billetes, que siguen una 'cadena alimentaria' opuesta. En cambio, el precio de salida de los frutos de la tierra sigue siendo el mismo de hace medio siglo, en algunos casos, con lo cual nos vamos a los estertores del franquismo para establecer una comparativa. Que si el precio en origen del pepino está a ras de suelo, nada mejor que montar una barricada humeante en la A-7 a la altura de El Ejido para que a uno, que es pobre pero honrado, lo escuchen. Bien lo sabe el presidente de Asaja, Pedro Barato, de simbólico apellido que anticipa cuita de agricultor.
El ciudadano se dice industrializado y digitalizado, y para desdecirle, le ha salido al paso de este siglo digitaloide y 'tuitero' una España agrónoma y rural tocando los 'atambores' en Extremadura y Andalucía, así que andan los delegados del gobierno recibiendo las fotos de las cajas de tomates ardiendo en mitad del asfalto. El pueblo profundo y maltratado monta el pitote cuando Europa recorta las ayudas al agricultor. Delibes se resiste a morir, aunque Bruselas haya aprobado el recorte de 53.000 millones de euros en la Política Agraria Común. Ya no estamos tan seguros de que la tierra es para el que la trabaja, porque estamos disociados y por un lado va el 'homo civitatis', trajeado o no y aspirando la suave fragancia de los tubos de escape silvestres, y, por el otro, los fantasmas de la España vaciada
No se entiende tampoco que siendo tan animales como somos no echemos de menos el agro y que hayamos conseguido gracias al abuso de los intermediarios que dedicarse a las labores hortofrutícolas es morir un poco –parece, según nos dicen los sindicatos del campesinado, que es morir del todo. Pero no nos equivoquemos, porque siervos de la gleba somos todos. Nos contaba un taxista que suele hacer veinte horas de trabajo seguidas para llegar a fin de mes, Castellana arriba y abajo. Los taxis son los tractores de las grandes avenidas, que roturan el desfase del personal y su trasiego de alcohol y fiesta en las madrugadas libertinas. Hay, sí, una España pastoral y campera que callaba desde La Galatea de Cervantes: ahora ha puesto el grito en el cielo empuñando una cimitarra de calabacín. Pero Europa sigue estando tan cerca para el turisteo y el profuguismo… y tan lejos para el alegre aldeano.
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