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Durante los años que trabajé en distintas administraciones públicas, los jefazos recorrían las obras cuando todo estaba bajo control o iba a tener lugar una actividad relevante. El primer hormigonado, por ejemplo, servía para enterrar un recipiente con el acta de la visita y un ... periódico del día para dejar constancia de cuándo empezó todo. Si los munícipes vallisoletanos hubieran pasado una vez al mes por las obras de Andrómeda tendrían que haber ido en casi sesenta ocasiones, por lo que ya nadie sabría qué guardar bajo tierra para pasar a la posteridad.
Sin embargo, en el caso que nos ocupa, la finalización del subterráneo no supone para todo el mundo una buena noticia, porque cuantas más obras se hagan más se aleja la posibilidad de hacer la única capaz de cambiar, de veras, la ciudad por muchos años: el soterramiento del ferrocarril; todo lo demás son parches que cuestan dinero, remedian pequeños males y no resuelven el problema. Dicho lo cual, me alegro de que la pesadilla de cruzar las vías en ese punto sea algo menos incómoda para los colegas de Pilarica y Belén que, con túnel o sin él, seguirán viviendo 'al otro lado'.
El mes pasado, vecinos de ambos barrios declaraban a este periódico que la ralentización del tajo era culpa de la «indolencia, incapacidad, galbana, irresponsabilidad y pasotismo» de los responsables de la obra. Aunque todas valen, la última es la que más me gusta.
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