Debo de ser de los muy pocos, de los poquísimos, que cuando viaja a Francia, Italia, Portugal, Alemania, o Grecia, no mete en la maleta el pasaporte. Todos sabemos que para viajar a París o a Roma un español solo precisa de su DNI. Lo ... mismo un parisino o un romano que viaje a Madrid. Pero en las colas de embarque de los aeropuertos todos los turistas llevan el pasaporte en la mano y no su DNI. Para mí esto es la prueba irrefutable, la prueba del algodón, de que nadie se cree demasiado el sueño europeo.

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Si viajas de Cádiz a Salamanca, o de Burgos a Murcia, o de Barcelona a Tenerife, a nadie se le ocurre meter en la maleta el pasaporte. Llevo viendo el uso del pasaporte para viajar al país de al lado años y años. Lo dicen todas las autoridades: no es necesario el pasaporte, pero los franceses, los españoles, los portugueses, los italianos, los alemanes no se lo creen. Nadie se lo cree. Te sientes desnudo sin tu pasaporte.

La política falló, y con ella esa ambigüedad europeísta que va e irá en aumento. Yo intento hacer pedagogía. Y cuando estoy en la cola de embarque pronuncio un pequeño discurso: «Eh, amados compatriotas, amados europeos, hijos todos de Cervantes, Beethoven y Platón, hijos del sueño de la igualdad y del progreso, no necesitáis el pasaporte, basta con el carnet de identidad, como cuando sacáis dinero del banco, porque somos todos europeos y europeas».

Pero nadie me hace caso. Enseguida viene alguien de seguridad y me reprende, y me dice «cállese, hombre, no ve que está molestando». No se fían de que Europa sea una verdad política. Y siguen agarrados a su pasaporte. Y con qué fuerza lo agarran. Intenta robarles el pasaporte y tendrás que arrancarles el brazo. Y ahora los ingleses están felicísimos de que el pasaporte vuelva a ser lo que era: el gran documento de la ciudadanía, aunque luego eso te obligue a hacer colas interminables, pues al menos los ciudadanos de la Unión Europea no hacen tantas colas cuando viajan por Europa.

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La de cosas que simboliza un buen pasaporte. Y fíjate que no tienen mucha presencia. Por ejemplo, deberían de ser más grandes y más vistosos. Menos microchips y más adornos. Pero al final, después de enseñar el pasaporte, entras en el avión y allí te das cuenta de que todos somos iguales, pues la 'economy class' de las aerolíneas, ay, Iberia mía, conciben al viajero como un cuerpo sin piernas y sin brazos. Allí sí que da igual tu pasaporte, allí te emplastan en un asiento infumable, y te das cuenta de que no eres un ser humano sino una sardina en lata.

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