Castilla y León comprobamos no hace mucho cómo un partido, el Partido Popular en este caso, preponderaba la figura de un exgerente como Pedro Viñarás otorgándole un puesto de asesor con dinero público en el grupo parlamentario en Las Cortes. Aquello podía ser más o menos criticable, pero la dirección popular no solo defendió ese trasvase, sino que pretendió que fuese juzgado como un movimiento privado, como si el PP fuese una sociedad anónima, una empresa, una embotelladora de refrescos... No lo es. Los partidos políticos deberían someterse a los máximos requisitos de transparencia y controles internos porque sin ellos no hay democracia. Otro ejemplo, mucho más obsceno, es el de todo un jefe de gabinete del presidente del Gobierno, Iván Redondo, responsable orgánico del Departamento de Seguridad Nacional y de la Dirección de Asuntos Económicos y la Oficina nacional de Prospectiva y Estrategia de país a largo plazo, metido a director de campaña electoral en Cataluña con Salvador Illa. Supongo que ahora pilotará la de Gabilondo en Madrid, como en su momento pilotó la del popular José Antonio Monago en Extremadura. Pero aquí no pasa nada. Y si pasa, se le saluda. Tragamos como pavos, nada se nos hace bola. El último episodio de ese intercambio de papeles constante, impúdico muchas veces, entre instituciones electas y partidarias, lo protagonizó esta semana Inés Arrimadas en su visita al presidente de la Junta para garantizar su Gobierno de coalición. Mañueco debió recibirle no como presidente de la Junta en el Colegio de la Asunción, sino como presidente regional del PP, que fue el partido con el que Ciudadanos firmó su alianza en 2019. Aquello se firmó en Las Cortes a iniciativa de PP y Ciudadanos.
De otro modo, el Mañueco presidente tendría que recibir en la sede autonómica, por cortesía y en función de su representatividad general, al margen de cualquier otra circunstancia, al líder nacional de Podemos, Por Ávila, UPL o Vox. Pero es que, como decía José Peláez en su columna, Arrimadas no está en condiciones de garantizar ninguna estabilidad a los castellanos y leoneses. Principalmente porque es ridículo esperar certezas o solidez de alguien que tiene su propia casa hecha un guirigai y en pleno proceso de demolición.
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