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Villarejo ha salido de prisión luciendo un parche en el ojo y sin carpeta tras la que escudarse. A pecho descubierto, así dice que va a ir. A por todas, y a por todos. A uno, que se alimentó de tebeos en la infancia, Villarejo ... le recordó a Goliath, el compañero grandote y siempre hambriento del Capitán Trueno. Por lo de ese parche, que a la vez es un parche en nuestra democracia. Y por lo del hambre también. Goliath era una especie de Carpanta aventurero y violento. Siempre tenía el garrote a mano y a veces golpeaba a sus enemigos con un muslo de ternera a medio comer. Villarejo también dice que va a zurrar con lo comestible, ese apetitoso material que le ha proporcionado unos cuantos millones de euros.
La historia del antiguo comisario más que para un tebeo da para una colección de novela negra. Él la da por entregas. Va soltando capítulos a medida que el editor, la Justicia, le aprieta. Sigue el viejo juego de los escritores malditos, esos que solo se ponían a teclear delante de la Underwood cuando las facturas se les amontonaban y en la botella no les quedaba más que un dedo de bourbon –un culillo, diría el consejero andaluz de Sanidad–. Villarejo obtuvo la cruz al mérito policial con distintivo blanco cuando estaba con los buenos, o eso parecía. Lo del blanco no sería por la pureza, sino porque las páginas del turbulento futuro estaban por escribir, sedientas de tinta y estiércol. Porque así es como se escriben esas novelas, con mucha materia fecal y un poco de intriga.
Las cloacas. Ese sistema higienizante que siempre va asociado al viejo policía. El alcantarillado está para hacernos la vida más decorosa y más limpia, viene a decirnos el detective Villarejo. Y sí, es verdad, aunque una cosa distinta sea vivir de lo que las alcantarillas arrastran o refocilarse con la porquería, amenazando con lanzar misiles de basura todo el rato. Basura auténtica y basura inventada. Porque ese es el sistema villarejista. Mezclar la realidad con la ficción. Otra vez el trabajo del novelista, el cóctel con el que se fabrican las fábulas, una dosis de realidad y unas gotas de imaginación para que la cosa funcione y tenga visos de verosimilitud.
El juez Garzón, Javier de la Rosa, Ignacio González, Cospedal, el rey emérito, Teodoro Obiang, el pequeño Nicolás y hasta el incendio de la Torre Windsor. El índice onomástico del libraco de Villarejo es infinito, una guía telefónica de los bajos/altos fondos de la que el antiguo policía dice que dará algunos números, algunas grabaciones. Carnaza con la que, entre bocado y bocado, como el Goliath del tebeo, seguir arreando a diestro y a muy siniestro.
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