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Aquel establecimiento lució orgulloso durante muchos años su rótulo en Valladolid. Estaba en la esquina de la calle Teresa Gil con Regalado y el contenido de sus estanterías respondía perfectamente a aquel titulo que no me negarán ustedes que era maravilloso: El Paraíso del Plástico. ... En los años sesenta este material era el no va más de la modernidad, allí los niños queríamos balones para jugar, las madres se interesaban por útiles para el hogar y, quien más quien menos, todo el mundo encontraba algo que llevarse a casa por un módico precio. El negocio continuó muchos años después en la calle San Felipe, hasta que hace relativamente poco tiempo cerró sus puertas definitivamente.
Me he acordado mucho de El Paraíso del Plástico estos días, observando la enorme cantidad de residuos que las medidas derivadas del coronavirus dejan en nuestras vidas. Cada jornada, producimos toneladas de desechos altamente contaminantes para el medio ambiente. Utilizamos guantes de un sólo uso en los supermercados y algunas tiendas, guantes de nitrilo para salir a la calle, tiramos a la basura fundas de mascarillas, envoltorios de diversos productos, batas transparentes que nos obligan a usar en las peluquerías... plástico y más plástico por todos lados. Justo cuando empezábamos a concienciarnos de la necesidad de limitar las bolsas y otros productos de este material, derivado del petróleo, por su alta capacidad de contaminación ambiental, nos hemos visto impelidos a consumir más plástico que nunca por mor de las medidas de protección frente al virus. Entre susto y muerte hay que elegir lo primero, aunque su coste en términos medioambientales resulte insostenible.
Han cambiado tanto las cosas desde la Cumbre del Clima celebrada en Madrid el pasado mes de diciembre, que la realidad ha borrado la COP 25 con la letalidad de la covid-19. Todos los buenos propósitos se han dado de bruces con una realidad terrible, y aunque hayamos suprimido las pajitas de los refrescos, la monstruosa cantidad de desechos plásticos hace que todas aquellas bienintencionadas medidas hayan quedado en un limbo del que nadie, ni siquiera Greta Thunberg, es capaz de atisbar cuándo van a ser rescatadas.
Una mascarilla quirúrgica pesa sólo cuatro gramos, pero tarda más de un siglo en degradarse completamente. Imaginemos que tan sólo un uno por ciento de ellas llegaran a la naturaleza por haberse desechado incorrectamente, pues bien, esos diez millones de mascarillas contaminarían el medio ambiente con nada menos que 40.000 kilos de plástico. Las cifras facilitadas por Italia son tremendamente gráficas: cada día se utilizan en ese país 38 millones de mascarillas y 80 millones de pares de guantes, lo que provoca, cada 24 horas, la friolera de 1.240 toneladas de residuos que, cuando concluya 2020, sumarán 300.000 toneladas de basura.
Las imágenes de miles de mascarillas usadas y guantes de plástico en el fondo del Mediterráneo resultan impactantes por si mismas, hasta el punto de que los expertos vaticinan que pronto habrá más desechos de este tipo que medusas en los mares. Y la situación en los océanos no es mejor, sino todo lo contrario. Así las cosas bañarse en el mar será como introducirse en una bañera con el coronavirus flotando libremente. ¿Cuántos miles de kilos de guantes terminaran en los estómagos de los animales marinos? Es fácil y desolador suponerlo. Arreglamos malamente una cosa y estropeamos otra. El planeta se ha convertido en el paraíso del plástico. Al menos, aquel establecimiento de la calle Teresa Gil era cálido, acogedor y fascinante. Todo lo contrario que en el caso actual.
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