Cultivo de regadío en Cuéllar. Mónica Rico

Más papista que el Papa

La realidad es que los límites de seguridad para la salud son mucho más restrictivos. Es como si en vez de quedarte a 50 metros del borde de un barranco te pones a 300

Juan Quintana

Valladolid

Viernes, 8 de noviembre 2019, 07:42

Los Límites Máximos de Residuos (LMRs) son límites legales de carácter comercial que establecen la máxima cantidad de residuos fitosanitarios de frutas y hortalizas. La realidad es que los límites de seguridad para la salud son mucho más restrictivos. Es como si en vez de quedarte a 50 metros del borde de un barranco te pones a 300. En ambos casos el riesgo de caerte es casi cero y el verdadero riesgo estaría en el borde.

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Por todo ello, la política de algunas grandes cadenas de distribución de pedir a los productores unos niveles de residuos muy por encima de lo que exige la regulación, es decir, poner la barrera a 300 metros, es marketing sin ningún impacto en la seguridad del consumidor. Sin embargo, los agricultores se ven en la obligación de reducir todavía más las trazas de residuos con el sobrecoste que esto supone, para no perder potenciales compradores. Mala cosa cuando se quiere ser más papista que el Papa, ya que las autoridades garantizan sobradamente la seguridad de los consumidores. Afortunadamente no sucede los mismo con la mayoría de los supermercados y autoservicios, mayoritariamente agrupados en Asedas, que no han entrado en este juego.

Además, el uso de muy pocos productos está facilitando que las plagas se adapten y se hagan más resistentes, lo que obliga a aumentar las dosis, justo lo que se pretende evitar.

Por otro lado y tal como recuerda la Asociación Empresarial para la Protección de las Plantas (AEPLA), poner una nueva molécula en el mercado requiere 10-12 años y alrededor de 300 millones de dólares. Un modelo insostenible si la velocidad de prohibición sigue siendo tan elevada. Todo ello con la paradoja de que los fitosanitarios que aquí se prohiben pueden ser aplicados en otros países de los que importamos. Una muestra de la doble moral medioambiental de las autoridades europeas y de una falta de compromiso por una solución global al deterioro del planeta.

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