Harriet Backer: 'La biblioteca de Thorvald Boeck'.

Papeles de ayer, claves de mañana

Siempre parece que estamos al borde de la caída de Roma, del hundimiento en una nueva y más tenebrosa Edad Media. Hasta que explote la globalización en pedazos

Luis Díaz Viana

Valladolid

Sábado, 21 de noviembre 2020, 08:21

Será por la 'segunda ola' del coronavirus y el miedo que da el mero hecho se salir de casa. Será porque no tranquiliza demasiado saber que, si bien el número de contagios baja -levemente- en Valladolid y Castilla y León, los brotes como consecuencia de ... desmadres colectivos aún proliferan. Será porque la crónica diaria acerca de la dificultosa transición hacia una nueva administración norteamericana no resulta nada reconfortante. Será porque, al cabo de pasar días y días manteniendo reuniones virtuales o grabando videos, uno necesita algo más material a que agarrarse que las inciertas conexiones del ciberespacio. Será porque, tras años de no mirar hacia atrás, convenga volver los ojos al ayer.

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El caso es que hacía mucho que no rebuscaba en estanterías y cajones a la caza de viejos papeles. Pero el pretexto me vino servido por la necesidad de juntar la mayor cantidad posible de textos que antaño utilicé para conferencias, ponencias o clases en otros países; así que tuve que zambullirme en montones de materiales que, de cualquier manera, son también fragmentos de mi memoria personal. Y entonces sufrí el vértigo de comprobar que no solo he conocido muy distintas culturas, sino varias épocas, varios mundos y varias vidas. Encontré borradores que no sabía que tenía, algunos artículos fotocopiados, que no estoy seguro de haber llegado a leer y, otros, que ni casi recordaba haber escrito. El primer signo que me advirtió de la gran extensión del periodo transcurrido fue la diversidad de formas en que mis apuntes se hallaban registrados: manuscritos, mecanografiados, impresos con peor o mejor calidad según iba evolucionando el universo de la informática...

Y no menos alarmante asomaba la transformación de mi letra tras tantos lustros: de firme y cuidada a titubeante o casi ilegible hasta para mí mismo. Sin hablar de las anotaciones cada vez más caóticas que, a modo de desordenada marginalia, cercaban las líneas principales y amenazaban solaparse con ellas hasta componer un indescifrable palimpsesto. Sin embargo, no era eso lo más inquietante ni la máxima evidencia de que el tiempo había volado, corrido, escapándose entre mis dedos, aunque no me diera suficiente cuenta de ello.

Lo que me causó una inmediata melancolía, y no poca sensación de cansancio, fue toparme con huellas indelebles de las distintas casas que me sirvieron de morada, a lo largo del último medio siglo, en las direcciones de cartas que me llegaban o el domicilio que figuraba en heterogéneos papeleos: buhardillas bohemias de mi juventud en Valladolid; mi primer piso en propiedad de Soria, muy cerca del bullir diurno de la calle de El Collado; el alojamiento en Berkeley, junto a College Avenue; un ático de Salamanca al lado de las escaleras de Gran Vía; finalmente, el estudio de Madrid…Y, de vuelta a los paisajes de la infancia, mi refugio definitivo en la ribera del Cega. Todas mis residencias. Idas y venidas. Tantos afanes y desvelos. Tantas páginas escritas en noches interminables. Viajes parecidos a una retirada entre la nieve. Regresos como un gozoso volver a lugares de vacaciones en verano. Verdes saludos de una primavera conocida. Cansancio sepia de las fotografías del otoño. Mientras otras hojas, las de los árboles, desfallecen en frente de mi ventana. Exhaustas de sol, presintiendo el frío. Encogidas ante el paso de las estaciones. Aquí, resisten impávidos los pinares.

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Cuánta lucha. Cuántos caminos recorridos y otros que quedaron o quedarán sin transitarse. Un panorama agotador. No hay música ni casi palabras para esto. Solo profecías de una época todavía más ardua en las señales que unas nubes oscuramente grises despliegan por los cielos. De lo local a lo global. De las heladas madrugadas de este perdido rincón de Castilla a los espectaculares atardeceres del sudoeste de USA, donde ahora la estabilidad y la democracia podrían saltar por los aires. Siempre parece que estamos al borde de la caída de Roma, del hundimiento en una nueva y más tenebrosa Edad Media. Hasta que explote la globalización en pedazos. Y, como yo hoy, hayamos de buscar -entre papeles del pasado- las claves del futuro.

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